Somatizaciones
Las somatizaciones consisten en una serie de síntomas físicos sin base orgánica (no están producidos por una causa médica), que están asociados con estrés y causan una gran preocupación obsesiva.
La prevención de cuadros de tipo obsesivo se encuentra con la dificultad de cambiar el carácter o la personalidad obsesiva que está presente en los mismos de forma muy marcada, desde edades tempranas y con antecedentes familiares.
No obstante, puesto que el cuadro se suele desencadenar o empeorar cuando aparecen altos niveles de estrés en el ambiente y respuestas de ansiedad muy elevadas, la prevención puede centrarse en estos dos factores.
Además, puede ser útil conocer las manifestaciones típicas de las personas que experimentan estos cuadros, con el fin de tratar de modificar algunos factores desencadenantes o que fomentan la gravedad del problema.
Por ejemplo, una característica común en estos casos es la gran importancia que se concede a los síntomas físicos y la atención dilatada en el tiempo que se les presta. Como es sabido, la magnificación de problemas o amenazas, así como su repaso mental continuo genera aumento de ansiedad. Por lo tanto, estos dos factores cognitivos (interpretación magnificada de los síntomas físicos y exceso de atención prestada a los mismos) deben ser objeto de observación e intento de modificación en los programas de prevención. Si se controlan estos factores cognitivos, se reducirá la ansiedad, la activación fisiológica, y con ello los síntomas físicos y por tanto la probabilidad de que generen malestar psicológico, y se cierre el círculo prestándoles excesiva atención, etc.
Otro ejemplo de objetivo de la prevención son las conductas de comprobación, supuestamente reductoras de ansiedad, como la hiperfrecuentación a las consultas médicas, el exceso de diagnósticos y tratamientos, así como la continua búsqueda de información en Internet. Si se reduce la importancia de los síntomas y la frecuencia de estas conductas, se irá disminuyendo o no llegará a producirse el problema.
Veamos el perfil de estos cuadros y la posible prevención de algunos factores presentes en los mismos.
Existe una amplia variedad de síntomas, pero en general abarcan las manifestaciones de los distintos sistemas que se ven activados por el estrés, por ejemplo:
1) respuestas de dolor asociadas a tensión muscular y alta activación fisiológica,
2) cansancio crónico o agotamiento,
3) dolor de cabeza,
4) náuseas o vómitos, diarreas, molestias digestivas o intestinales, asociadas con ansiedad,
5) pérdida de apetito,
6) alteraciones o dolores de tipo genitourinario
Puede haber otros síntomas y suele existir una preocupación excesiva por los síntomas, que puede generar mucho malestar y problemas de adaptación.
La tendencia inicial es dar importancia a los síntomas físicos, lo que genera ansiedad, malestar, activación fisiológica, que llevan a poner en marcha conductas de comprobación, control y búsqueda de información, todo lo cuál tiende a aumentar los síntomas y cerrar el círculo vicioso.
La prevención debe centrarse en restar importancia a los síntomas físicos, por lo que la psicoeducación debe señalar de forma clara cuales son los síntomas físicos de la ansiedad y del estrés, así como la posibilidad de que se incrementen si les presta atención y se les concede mucha importancia.
Los trastornos somatomorfos son desórdenes que afectan a sensaciones tales como el dolor y otras más complejas mediadas por el sistema nervioso vegetativo. El rasgo principal de estos trastornos, especialmente el de hipocondría, es la presentación reiterada de síntomas somáticos acompañados de altos niveles de ansiedad, hiperfrecuentación a las consultas médicas, demandas persistentes de exploraciones clínicas, nuevas pruebas diagnósticas (aunque sean invasivas) e incluso cirugía preventiva, a pesar de repetidos resultados negativos de exploraciones clínicas recientes y de continuas argumentaciones de los médicos de que los síntomas no tienen una justificación somática.
La relación entre el estrés y la ansiedad con los síntomas somáticos suele ser bidireccional, de manera que altos niveles de activación fisiológica y malestar subjetivo generan síntomas físicos; y a su vez, una interpretación magnificada así como una atención constante a los síntomas ocasionan un aumento del estrés y de la ansiedad. Esta relación se va haciendo cada vez más estrecha y compleja en cada uno de los tipos de trastornos incluidos en este apartado.
Aún en los casos en los que realmente estuvieran presentes los trastornos somáticos (a veces son simples sensaciones físicas de ansiedad que se interpretan erróneamente por el paciente como síntomas de enfermedad grave, como el cáncer), éstos no explican la naturaleza e intensidad de los síntomas, ni el malestar y la preocupación que manifiesta el enfermo.
Incluso cuando el comienzo y la evolución de los síntomas guarda una estrecha relación con acontecimientos biográficos desagradables, o con dificultades o conflictos (estrés psicosocial), el enfermo suele resistirse a los intentos de someter a discusión la posibilidad de que las molestias tengan un origen psicológico, lo que puede incluso suceder aun estando presentes síntomas depresivos y ansiosos evidentes.
El grado de comprensión sobre los síntomas, ya sean somáticos o psicológicos, es con frecuencia insuficiente y frustrante, tanto para el enfermo como muchas veces para el médico. Las emociones negativas, como la ansiedad o la tristeza-depresión, están exacerbadas y el paciente no utiliza la razón para explicarse sus síntomas, sino que reacciona con ansiedad, temor o incluso miedo intenso a la observación de sus síntomas. En ocasiones, esta ansiedad lleva a desarrollar conductas supuestamente reductoras de ansiedad, pero que en el fondo refuerzan la importancia de la amenaza y por lo tanto aumentan la ansiedad. Entre estas conductas, cabe citar, la hiperfrecuentación de las consultas médicas, el exceso de comprobaciones diagnósticas y tratamientos o la búsqueda desesperada de información en Internet.
Los sesgos cognitivos de tipo interpretativo (magnificación de las sensaciones físicas) y atencional (exceso de tiempo dedicado a atender estos síntomas), centrados en sus sensaciones físicas, ya sean respuestas fisiológicas de ansiedad, o un ligero aumento de la temperatura o la pérdida de apetito, pueden generar fuertes reacciones de ansiedad, que se pueden mantener durante bastante tiempo.
A veces, la preocupación obsesiva por un síntoma dura hasta que el paciente tiene que afrontar un problema psicosocial diferente, como un problema laboral u otro problema de salud. El cambio del foco de su atención tiende a disminuir el síntoma que estaba siendo observado, magnificado e incrementado, por lo que se refuerza el abandono de esa preocupación por tal síntoma (que anteriormente anticipaba una enfermedad grave). Sin embargo, no hay aprendizaje adaptativo pues cada nuevo síntoma se vuelve a experimentar con elevado grado de angustia.
En estos trastornos aparece con frecuencia un comportamiento de demanda de atención (un tanto exagerado o histriónico) a las personas de su entorno (a las que tienden a cargar de demandas y preocupaciones relacionadas son su salud y cuidado) y a sus médicos (a los que cargan con sus dudas, demandas de nuevas pruebas clínicas, exámenes o exploraciones adicionales o nuevos tratamientos), en particular en enfermos resentidos por su fracaso a la hora de convencer a los médicos de que su enfermedad es de naturaleza fundamentalmente somática (“yo no estoy loco”, “a mí me duele”, “tengo molestias, no me las invento”).
El grupo de trastornos somatomorfos engloba trastornos típicos de personas con carácter obsesivo, rumiador, muy observador del detalle, con tendencia a querer controlar más de lo que pueden, rígidas en ese sentido, a las que les preocupa su seguridad vital (como si les hubiera faltado un apego seguro en su infancia y no sintieran seguridad en su existencia, siempre cuestionada por nuevos síntomas), ansiosas, deprimidas, ensimismadas en su preocupaciones idiosincráticas, en sus autoobservaciones, sus autochequeos y sus enfermedades, por lo que muestran poca actividad social.
Pero hay que señalar que no todos los pacientes del grupo de somatomorfos están obsesionados por su salud y sus síntomas. Esto es especialmente válido para el que tenga diagnóstico de hipocondría. En cambio, las pacientes con trastorno dismórfico corporal (suelen ser mujeres) están obsesionadas por un supuesto defecto físico, que no dejan de observar, ocultar, maquillar, operar, etc., aunque para los demás pase inadvertido. Este tipo de trastorno se parece más a un trastorno obsesivo-compulsivo que a la hipocondría.
Para superar la ansiedad que genera un trastorno obsesivo-compulsivo (limpieza, orden, control, agresión, etc.) o un trastorno muy obsesivo de otro tipo (hipocondría, trastorno dismórfico corporal) lo esencial es saber restar importancia a los pensamientos relacionados con el foco obsesivo (suciedad, desorden, riesgo, enfermedad, nariz grande y deforme, etc.).
El paciente cree que sus pensamientos (sólo los suyos, propios, característicos de su trastorno) son reales y, por lo tanto, les concede una gran importancia, cuando en verdad se trata de pensamientos y no de realidades, pues las personas de su entorno no lo perciben así. Esto se llama sesgo fusión pensamiento-acción o fusión pensamiento-realidad y sólo se da con los pensamientos que son problemáticos para ese paciente (idiosincráticos), pero no con otros pensamientos que se pueden inducir como ejercicio para que compruebe, que esos otros pensamientos absurdos sí que los maneja bien.
Por ejemplo, la paciente con dismorfia corporal confunde sus pensamientos sobre dismorfia corporal (por ejemplo, nariz superlativa y deformada) con una realidad (la realidad es que eso no es lo que se ve en una fotografía de su cara); en cambio, no confunde otros pensamientos de distinta índole que se le puedan inducir, como parte del entrenamiento terapéutico (por ejemplo, sobre una deuda económica, que no existe) con la realidad (que no es cierto que mantenga una deuda).
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