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Ira normal y patológica

Hay consenso al afirmar que la ira es una reacción emocional básica para la adaptación y la supervivencia, sobre todo como individuo social frente a los demás, pues su expresión facial es universal y reconocimiento de la misma se desarrolla tempranamente en la infancia.

La modulación de la reacción de ira dependerá de factores internos al individuo (disposicionales, como la personalidad neurótica, impulsiva, o paranoide) y factores ambientales (por ejemplo, normas del grupo para una situación, normas de expresión de la ira, etc.).

Todos los grupos sociales tienen sus normas para regular los conflictos y castigos para la violación de las normas. La ira tiene sus formas de expresión adecuadas cuando sigue dichas normas, pero se castigan las infracciones más graves cuando la ira promueve conductas violentas que hacen daño a otros.

Pero no siempre la ira es útil, y no siempre se hace un correcto uso o manejo de esta emoción. Veamos algunos ejemplos.

Incluso cuando nos enfadamos, es conveniente tener alguna empatía con la persona que nos enfadamos, para entender en cierta medida las razones de su comportamiento. Aunque entender, no significa renunciar a nuestros intereses, que debemos saber defenderlos. Pero una ausencia total de empatía hacia los otros puede llevarnos a enfadarnos con frecuencia sin tener un motivo importante, lo que no es deseable, pues enfadarse tiene un coste, como ya hemos mencionado: activarnos en exceso, sin motivo, pasarlo mal y que al final no nos tengan en cuenta.

No es muy conveniente expresar ira en una situación violenta, cuando se es más débil y no existe suficiente protección. Debemos tener en cuenta que nuestro enfado puede cambiar la conducta del otro en el sentido deseado o no. También puede que el otro reaccione de forma opuesta a la que desearíamos, especialmente si tiene más poder que nosotros.

Las personas que se enfadan en exceso y lo expresan, o las que no expresan su ira y se encierran en sí mismas, pero pasan largo tiempo rumiando el conflicto, corren en ambos casos el riesgo de estar aumentando su riesgo cardiovascular (por hiperactivación crónica), así como el riesgo de que llegue un momento en el que su enfado haya producido cierta dosis de habituación en los demás, con la consiguiente merma de efecto.

Además, las personas que expresan su ira de forma inapropiada (excesiva, con intensa expresión física y verbal), pueden provocar más conflictos que los que resuelven.

Los problemas o dificultades para expresar la ira frente a otros individuos del grupo acarrean problemas de tipo social, por abuso de los otros, como ya hemos comentado; pero también para la salud, ya que la expresión socialmente adecuada de la ira es bueno para la salud (puede tener efecto catártico y sobre todo mejora la comunicación con nuestro entorno), mientras que la inhibición de la expresión emocional es un factor de riesgo cardiovascular, entre otros problemas de salud, pues la inhibición de la expresión provoca un aumento en la intensidad de las respuestas fisiológicas y esta alta activación puede mantenerse demasiado tiempo por los repasos cognitivos (rumiación, dar demasiadas vueltas al conflicto, sesgo atencional).

Las personas con estilo represivo de afrontamiento tienden a inhibir no solo la expresión de la emoción, sino también la experiencia. Se trata de personas que por ejemplo no se enfadan nunca. Ello ayuda a preservar a la conciencia del malestar emocional que suele acompañar a la ira. Pero estas personas suelen estar hiperactivadas, ya que tienen que hacer un esfuerzo por no desarrollar la experiencia de ira, que tiende a producir alta activación fisiológica de la que no son conscientes (por la ausencia del malestar). Esto tiende a provocar problemas de salud de tipo psicofisiológico, como problemas digestivos o de tipo cardiovascular, así como ataques de pánico u otros problemas relacionados con la alta activación fisiológica.

Por ejemplo, una persona que no se enfada nunca, por nada, y está siendo abandonada por su pareja, pero no lo quiere ver. Su marido ya no vive en casa, pero ella lo atribuye a una crisis personal, existencial, que le ha llevado a vivir a otra casa, a retirarse para meditar, sin su mujer, sin sus hijos. Por supuesto, a esta casa no se puede ir ni se puede llamar por teléfono. Ella no está suspicaz, ni se enfada, ni sufre por el abandono, pero está preocupada por él (que en realidad vive con otra mujer). Sin embargo, ella ha perdido un 10% de su peso.

Las personas con un estilo represivo de afrontamiento informan de bajos niveles de ansiedad e ira, pero muestran una gran actitud defensiva (con alta deseabilidad social) y una alta activación fisiológica, medida por aparatos de registro fisiológica. Los represores presentan pocos recuerdos autobiográficos negativos y son más capaces de suprimir la memoria para materiales de laboratorio con valencia negativa y la auto-relacionada cuando se les solicita que lo hagan. Este estilo represivo de afrontamiento se ha observado que está asociado con peor salud, siendo frecuente en pacientes con cáncer, sobre todo una vez diagnosticado.

Para ampliar esta información véanse los siguientes artículos “Cáncer y estilo represivo de afrontamiento”

https://www.researchgate.net/publication/230577084_Cncer_y_estilo_represivo_de_afrontamiento.__Cancer_and_repressive_style_of_coping?ev=prf_pub

“Ansiedad, ira y depresión en mujeres con cáncer de mama”, en el enlace:

https://www.researchgate.net/publication/230577133_Ansiedad_ira_y_depresin_en_mujeres_con_cncer_de_mama.__Anxiety_anger_and_depression_in_breast_cancer_patients?ev=prf_pub

Así, en algunos instrumentos de evaluación sobre afrontamiento emocional del cáncer encontramos subescalas sobre Racionalización de emociones, Búsqueda de relaciones armónicas o supresión de la experiencia de ansiedad o ira.

La subescala de Ira-interna del STAXI-II español mide la tendencia a que la ira se desarrolle internamente, mediante repasos de los acontecimientos que provocan el enfado. Se han asociado altas puntuaciones en Ira-interna, acompañadas de bajas puntuaciones en Ira-externa, con hipertensión esencial. En cierto sentido este estilo de expresión de ira vendría a ser un posible reflejo del estilo represivo de afrontamiento de la ira.

En general, está demostrado que los intentos de autorregulación emocional que intentan la supresión de la expresión emocional provocan un aumento significativo de la activación fisiológica. Por otro lado, la alta activación fisiológica crónica está relacionada con el desarrollo de hipertensión e inmunodepresión (baja respuesta del sistema inmune).

Este estilo de afrontamiento, en algunos casos puede ser un mecanismo de autorregulación emocional en personas que se ven superadas por un trauma, como puede ser el cáncer o el abuso sexual infantil severo.

Por otro lado, la expresión frecuente y de manera agresiva de la ira tiene repercusiones negativas para la comunicación con los demás y acarrea problemas en las relaciones interpersonales (de pareja, paterno-filiales, entre compañeros de trabajo o entre amigos, etc.).

E incluso en los casos más graves, de personas con altos niveles de ira y alta impulsividad la conducta se puede volver agresiva y si se trata de personas con una pobre socialización o con trastorno explosivo intermitente o trastorno antisocial de personalidad suele haber problemas de infracción legal. Sobre este punto véase el documento titulado “Intervenciones terapéuticas en el tratamiento de enfermedades mentales en los menores” sobre menores infractores, en el siguiente enlace:

http://aunets.isciii.es/ficherosproductos/34/MemoriaFinal.pdf

Sin llegar a la agresión y a la infracción, algunas personas justifican su falta de control sobre la ira y apelan a la necesidad de que sean los otros quienes carguen con las consecuencias de tener que comprender y perdonar su falta de control. Esto es inadmisible, pues todo el mundo tiene la obligación de aprender a expresar correctamente la ira, desde un punto de vista social.

La falta de control sobre la ira puede llevar al maltrato, primero psicológico y después físico. Por lo tanto, no se puede asumir la falta de control ni la impulsividad. Si alguien no es capaz de controlarse, debe buscar ayuda psicológica y entrenarse en el manejo de la ira. Se puede aprender a manejar las emociones, incluida ésta. El control de la ira no siempre es perfecto, pero podemos aprender a manejarla. También tenemos que aprender a pedir perdón si nos hemos excedido.

En las terapias de pareja se observa que los dos miembros de la misma han cambiado en su comunicación. Antes del conflicto, intercambiaban sonrisas, elogios, caricias, besos, abrazos, afecto positivo; en definitiva, refuerzos. Sin embargo, en el momento presente, intercambian sobre todo reproches, enfados, gritos, malas caras, malas contestaciones, afecto negativo; en definitiva, castigos.

La terapia cognitivo-conductual de estos problemas de relación pretende restaurar la comunicación y el intercambio de afecto positivo y refuerzos, que se habían perdido. Una parte del tratamiento debe consistir en enseñar a reconocer las emociones, a manejarlas y a expresarlas de una forma correcta. La ira juega un papel destacado en los conflictos de pareja y por tanto su manejo ha de ser entrenado, a lo que se le debe dar un papel esencial.

Véase el vídeo de la UNED titulado "La ira: ¿pecado capital o privilegio divino?", en el siguiente enlace:

La ira: ¿pecado capital o privilegio divino?

Vease el pdf sobre la ira en el siguiente enlace

La Ira

  
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