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Ansiedad y salud mental
Si bien la ansiedad es una reacción emocional que nos ayuda en un momento dado a adaptarnos mejor al ambiente en situaciones de amenaza o con posible resultado negativo, mantener niveles altos de ansiedad de forma permanente es un riesgo para la salud mental. Uno de los primeros problemas que suele surgir en tal caso es el ataque de pánico o crisis de ansiedad.
Las claves para entender este desorden (ataques de pánico) hay que buscarlas, por un lado, en el tipo de pensamientos que lo provocan, altamente preocupantes, catastrofistas (como, por ejemplo, durante la crisis el individuo piensa en muerte inminente, ataque al corazón, mareos y pérdida de conciencia, pérdida de control o locura, etc.); y por otro lado, en la hiperventilación (respiración muy rápida), que provoca un elevado aumento de activación fisiológica generalizada, especialmente a nivel cardiovascular y respiratorio.
Los pensamientos catastrofistas se pueden originar por una incorrecta interpretación de síntomas de ansiedad, especialmente las sensaciones físicas de ansiedad (respuestas de activación fisiológica). Se trata de un sesgo cognitivo (un error, una mala interpretación, una magnificación), que produce un temor exagerado y genera más activación fisiológica, que a su vez provoca más miedo a las sensaciones físicas (mayor sensibilidad a la ansiedad, en concreto a las sensaciones físicas). Este círculo vicioso termina muchas veces en urgencias, con la administración de un fármaco de tipo ansiolítico o tranquilizante, que reduce rápidamente la intensidad de los síntomas de ansiedad.
Pero cuando alguien sufre un ataque de pánico el problema no queda ahí, sino que esa persona tiende a partir de ese momento a: asustarse mucho, sensibilizarse con la ansiedad (le resulta insoportable tener sensaciones físicas de ansiedad), temer nuevas crisis de ansiedad o ataques de pánico, evitar las situaciones similares a aquélla en la que se ha producido la crisis, temer que los demás se den cuenta de su problema (fuertes reacciones de ansiedad que no sabe controlar), hacer anticipaciones negativas sobre la posibilidad de volver a tener nuevas crisis de ansiedad, pensar que sólo puede controlar su ansiedad tomando un ansiolítico, etc.
Todo esto tiende a provocar un aumento de la probabilidad de que se repitan los ataques de pánico y que se lleguen a cumplir los criterios diagnósticos de trastorno de pánico, un trastorno de ansiedad. La anticipación de situaciones que pueden desencadenar nuevos ataques de pánico hace que aumente la ansiedad. La evitación de estas situaciones hace que se refuerce la importancia del pánico y que estas situaciones queden marcadas como peligrosas. Todo ello suele desembocar en un nuevo trastorno de ansiedad, casi siempre unido a los ataques de pánico, la agorafobia.
La agorafobia se caracteriza por evitación de situaciones en las que puede generarse una reacción intensa de ansiedad y resultaría difícil escaparse de ellas sin que los demás se diesen cuenta. Si no es posible evitar alguna de estas situaciones, surgirá la reacción de ansiedad que se esperaba. Ejemplos de situaciones típicamente agorafóbicas son: las aglomeraciones, ocupar una butaca central en el cine, los restaurantes, viajar en avión por temor a sufrir un ataque de pánico, etc.
Según una explicación cognitiva de la agorafobia, los pensamientos anticipatorios (¿y si me da una crisis de ansiedad en el restaurante?) provocan la reacción de ansiedad intensa que se prevé, que se espera (surge la ansiedad en el restaurante).
A su vez, una explicación de la agorafobia basada en las leyes del condicionamiento, o leyes del aprendizaje, señala que la evitación de las situaciones temidas refuerza la respuesta de ansiedad y hace que no se extinga, que no desaparezca ese temor, sino que aumente.
Como ya hemos señalado, para superar cualquier fobia es mejor afrontar, poco a poco, por aproximaciones sucesivas (controlando siempre un poquito más la ansiedad), las situaciones que antes se evitaban. La exposición gradual y la reinterpretación cognitiva (reinterpretación de situaciones, manejo de pensamientos, etc.) son básicas para eliminar la agorafobia.
Después de haber tenido un ataque de pánico por lo general, la persona que carece de una correcta información sobre lo que le ha sucedido, vuelve a tener más ataques de pánico y se desarrolla el trastorno de pánico con agorafobia. La persona que ha sufrido esta crisis no tiene una explicación para ella, cree que se puede repetir en cualquier momento, no sabe cómo evitarla, y teme tener que dar explicaciones a las personas que están presentes, si le vuelve a suceder. A su vez, tener que asistir a ciertas situaciones se convierte en un mal presagio de llegar a sufrir nuevos ataques de ansiedad.
Llega a creer que solamente hay dos cosas que le pueden ayudar en ese estado: evitar las situaciones que teme y tomar el ansiolítico que le ha reducido la activación fisiológica en otras ocasiones. Pero ambas suelen ser insuficientes para controlar nuevos ataques de pánico y se va reforzando la necesidad de evitar dichas situaciones, así como la de tomar ansiolíticos.
Una persona en este estado evita ir a lugares a los que le apetecería ir, o a los que tiene que ir (como grandes almacenes, restaurantes, el cine, reuniones sociales, viajar en avión, etc.), o situaciones que le provocan nerviosismo (aglomeraciones, atascos, ir al dentista, etc.), o sitios que están lejos de sus zonas seguras (alejarse de casa sin compañía de alguien que conoce el problema, viajar a ciudades donde no hay un hospital, estar en un atasco, no poder bajarse de un tren en marcha cuando tenga ansiedad, etc.).
Por lo general, llegan a ser más temidas aquellas situaciones de difícil escape y que pueden producir activación. Si no puede evitar estas situaciones lo pasa muy mal: tiene mucha ansiedad y piensa que es horrible tener ansiedad.
Muchas personas se especializan en algún síntoma fisiológico. Por ejemplo, dificultades para respirar, o dificultades para tragar, o sensación de mareo, o taquicardia, o algún otro síntoma fisiológico. Se produce una sensibilización a la ansiedad y en especial al síntoma o los síntomas que más importancia se presta (y que más se temen, por lo tanto).
Este síntoma, al que se da tanta importancia, que recibe tanta atención, se va a disparar precisamente por ello. Como ya hemos señalado, si a uno le preocupa ponerse rojo y piensa que se está poniendo rojo, se pone rojo. Si a otro le preocupa su sudor y centra su atención en ello, suda más. Si otro presta atención a su respiración, respira de otra manera. Si alguien presta atención a tragar, traga peor. Este incremento paradójico de la tasa de respuesta (aumento del rubor, aumento del sudor, etc.) es relativamente frecuente en respuestas que están inervadas por el Sistema Nervioso Autónomo, como las que se han puesto de ejemplo.
La preocupación por los síntomas de activación fisiológica juega un papel fundamental en algunos ataques de pánico, así como en algunas situaciones agorafóbicas. Se da mucha importancia a los síntomas, pues se malinterpretan: la taquicardia puede ser un signo de ataque inminente de corazón, las dificultades para tragar pueden provocar un espasmo de glotis o muerte por asfixia, el mareo puede hacer que caiga al suelo y pierda la conciencia, etc. Todas ellas son falsas interpretaciones, pero cuesta creerlo, incluso cuando se tiene información correcta.
Por otro lado, la preocupación por los factores psicológicos también aumenta la ansiedad (el miedo a que los demás se den cuenta, o a volverse loco, el temor a la pérdida de control, etc.) Cuando desarrollamos estos pensamientos provocamos una vez más un incremento de la activación fisiológica.
Con la evitación de las situaciones que se temen, desaparece la ansiedad, disminuye el malestar, pero con ello se refuerza la conducta de evitación y aumenta el temor a enfrentarse de nuevo a estas situaciones.
En fin, hemos dedicado un cierto espacio al trastorno de pánico con agorafobia, por ser uno de los más frecuentes, y para ilustrar los problemas que puede acarrear la ansiedad a nivel de desórdenes psicológicos o mentales. Al lector interesado en obtener información sobre los otros trastornos de ansiedad, sobre los desórdenes psicofisiológicos, o sobre otros trastornos en los que la ansiedad está presente, le remitimos a los apartados correspondientes de esta Web.
Véase el vídeo de Canal UNED titulado Estrés y pánico, en el siguiente enlace:
http://www.canaluned.com/mmobj/index/id/10630
Los problemas y trastornos de salud mental que con mayor frecuencia están asociados con altos niveles de ansiedad y estrés son:
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malestar subjetivo, sintomatología de ansiedad subclínica;
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trastornos de adaptación (especialmente de tipo ansioso);
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trastornos de ansiedad (pánico, agorafobia, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno por estrés agudo, trastorno por estrés postraumático);
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trastornos del estado de ánimo (depresiones, distimia, trastornos bipolares);
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trastornos por consumo de sustancias o adicciones (ansiolíticos, tabaco, alcohol, otras sustancias);
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otros desórdenes mentales (alimentación: anorexia, bulimia; sueño: insomnio, terrores nocturnos; sexuales: deseo, excitación; control de impulsos: tricotilomanía; somatomorfos: somatización, hipocondría).
Véase el apartado “Emociones y estrés, Estrés, emociones y salud mental” en el menú de Emociones y estrés / Emociones / Consecuencias.
En general, elevados niveles de ansiedad crónica están relacionados con trastornos mentales, como los de ansiedad (ataques de pánico, o crisis de ansiedad, agorafobia, trastorno de ansiedad generalizada, etc.), o trastornos del estado de ánimo (trastorno depresivo mayor, por ejemplo), o problemas cardiovasculares. De hecho, lo que es más frecuente, consiste en desarrollar varios de estos desórdenes, por ejemplo trastornos cardiovasculares, trastorno de pánico y depresión (comorbilidad).
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