Situaciones
y duración
Como
tal reacción, las emociones suelen estar asociadas a estímulos desencadenantes;
por ejemplo, una situación de amenaza social, como hablar en público, que nos
produce ansiedad, o un peligro para nuestra supervivencia, que nos produce
miedo. Pero la reacción emocional también está asociada, aunque en menor
medida, a la representación mental del estímulo, al procesamiento de
información relacionada con dicha situación (prestarle atención, valorarla
cognitivamente como un "peligro", en el caso del miedo, o una "amenaza", en el
caso de la ansiedad, pensamientos anticipatorios negativos como "voy a hacer el
ridículo").
Por
lo tanto, se trata de reacciones que tienen una duración limitada, perdiendo
intensidad a medida que se aleja la situación en el espacio, en el tiempo o no
se le presta atención (deja de procesarse información sobre esa situación) o se
modifica la valoración (por ejemplo, la situación deja de ser considerada una
amenaza y se interpreta como un desafío, pues la amenaza está relacionada con
ansiedad, en cambio el desafío no lo está). Mientras que esté presente el
estímulo o situación, la intensidad de la reacción emocional será máxima,
tendiendo a disminuir a medida que se aleje, hasta volver al estado de reposo.
Aunque
los estados emocionales tienen un carácter temporal, algunos individuos tienden
a provocar estados emocionales muy frecuentes y de gran intensidad, utilizando
sus capacidades cognitivas (atención, memoria, valoración, pensamiento) en el
procesamiento de información de la situación emocional durante largos periodos
de tiempo. Con ello consiguen, voluntariamente o sin ser conscientes de ello,
mantener estables las consecuencias de un estado emocional (por ejemplo, de
ansiedad); es decir, mantener de forma permanente un estado de ánimo (por
ejemplo, negativo o desagradable), una activación fisiológica (por ejemplo, con
una elevada intensidad) y una tendencia a la acción (por ejemplo, de
inquietud). El mantenimiento prolongado de las consecuencias de este estado
emocional puede que no tenga sentido para la adaptación, si la situación
inicial no persiste, y además puede tener un coste, por agotamiento de recursos
(pues nuestra energía y otros recursos son limitados y las reacciones
emocionales suelen suponer un gasto extraordinario, lo que lleva a aplazar
otros procesos de mantenimiento no vitales como la digestión, la ovulación o la
humidificación y regeneración de tejidos). Este proceso emocional continuo
puede llegar a ser disfuncional, e incluso constituir un desorden emocional
aprendido, que puede derivar en enfermedad mental (por ejemplo, un trastorno de
ansiedad) y/o enfermedad física (como un trastorno digestivo).
En
general, las respuestas emocionales surgen automáticamente cuando el individuo
percibe la presencia de una situación potencialmente emocional. Suele haber una
valoración cognitiva de la situación, incluyendo las consecuencias que nos
puede acarrear (peligro, amenaza, pérdida, éxito). La intensidad de la reacción
suele ser proporcional a la importancia otorgada a la situación, según dicha
valoración cognitiva (habrá más ansiedad cuanto mayor sea la importancia de la
amenaza), existiendo una estrecha relación entre el tipo de valoración
cognitiva y el tipo de reacción emocional (peligro-miedo, amenaza-ansiedad,
pérdida-tristeza, éxito-alegría, daño-enfado).
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