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Aprendizaje
emocional
Aunque
las reacciones emocionales nos ayudan a adaptarnos mejor a ciertas situaciones
relevantes para la vida, en algunas circunstancias dichas reacciones nos pueden
producir algunos problemas de adaptación e incluso de salud. En este sentido
general podemos hablar de "desórdenes emocionales" y, en parte, pueden ser
reacciones emocionales aprendidas ante situaciones que previamente no
provocaban tales reacciones.
Resulta
útil para la adaptación desarrollar algunas reacciones aprendidas que antes no
estaban en nuestro repertorio; por ejemplo, la reacción emocional de asco ante
alimentos que nos han hecho daño y pueden haber puesto en riesgo la
supervivencia; o de miedo, ante una situación que se ha mostrado como un
peligro de muerte o de agresión; o la caída de la presión arterial, ante nuestra
propia sangre. Pero algunas nuevas reacciones aprendidas pueden ser poco
deseables, muy básicas, nada racionales y poco ajustadas. Por ejemplo, tras una
violación se puede generalizar el aprendizaje de algunas reacciones no deseadas
(vaginismo en las relaciones sexuales consentidas con su marido, miedo ante un
abrazo de éste, etc.). En estas reacciones desadaptadas aprendidas el papel del
condicionamiento asociativo es evidente, pero también el de los sesgos
cognitivos.
Algunas
disfunciones se producen una primera vez de manera circunstancial o azarosa,
pudiendo producirse a continuación o no (existen diferencias individuales) un
aprendizaje de la respuesta disfuncional. Por ejemplo, una disfunción sexual
eréctil, una arritmia, o una respuesta de náusea o vómito, pueden haberse dado
una primera vez debido a diferentes motivos o circunstancias (e.g., relación
sexual esporádica con una mujer poco conocida, con ingesta de alcohol, etc.),
pudiéndose generar posteriormente un aprendizaje progresivo de la respuesta de ansiedad
(contraria a la de erección), con el consiguiente aumento de la disfunción
emocional (frecuencia, intensidad, número de situaciones asociadas,
anticipaciones, respuestas y síntomas emocionales, etc.). De manera que la
persona que nunca había tenido esta disfunción aprende a tenerla a partir de un
primer ensayo y posteriormente el desorden emocional sigue un curso creciente.
Este aprendizaje es reversible y se puede enseñar a estos pacientes a volver a
la situación inicial en la que no tenían esta disfunción o desorden emocional.
Los
desórdenes emocionales podemos entenderlos como disfunciones aprendidas (y por
tanto mantenidas) en la forma de reaccionar emocionalmente ante ciertas
situaciones. Por ejemplo, una persona puede aprender a dar una respuesta de
asco, con náuseas y vómitos a un alimento en buen estado, que previamente le
encantaba comer, a partir de una intoxicación alimentaria. Se trata de un
aprendizaje emocional aversivo, que es reversible, pero para que revierta se
necesita información adecuada (cómo funciona el condicionamiento directo
aversivo, cómo se puede reaprender mediante ejercicios de exposición
progresiva) y desarrollo de habilidades de manejo emocional para darle la
vuelta al proceso (reentrenarse para volver a oler el alimento sin respuesta de
asco y posteriormente volver a dar de nuevo una respuesta apetitiva, probando
el alimento en pequeñas dosis, mezclándolo con otros que le gustan, etc.).
El
ser humano tiene una capacidad universal para desarrollar distintos tipos de
aprendizaje emocional. Por un lado, aprendizaje o condicionamiento asociativo a
estímulos relevantes o incondicionados, como por ejemplo alimentos que nos
hacen daño, situaciones traumáticas, la sangre, etc., que ponen en movimiento
reacciones emocionales de asco, de miedo, vasovagales u otras emociones básicas.
Por este procedimiento, estímulos que anteriormente no provocaban reacción
emocional (estímulos neutros), llegan a adquirir la propiedad de elicitar o
disparar dicha reacción. Lo hacen por asociación; es decir, adquieren esta
nueva propiedad para provocar la reacción porque estuvieron asociados con un
estímulo incondicionado que tenía ya esta propiedad.
Por
otro lado, poseemos una capacidad de aprendizaje cognitivo, caracterizado por
la forma de interpretar y procesar la realidad, en la que cabe la posibilidad
de introducir sesgos cognitivos (atención, interpretación, memoria,
atribuciones causales, etc.) que generan y potencian reacciones emocionales de
alerta (ansiedad), pérdida (tristeza), ira, culpa, vergüenza, asco, etc. Por
ejemplo, podemos interpretar una situación inicialmente poco emocional (sudar
en una situación social) con una valoración cognitiva (amenaza: los demás van a
evaluarme negativamente), darle cada vez más importancia (anticipación de
situaciones sociales en las que puede suceder), prestarle mucha atención casi
todo el tiempo (sesgo atencional), magnificar todo lo que está sucediendo (cada
vez sudo más, me pongo más nervioso y es más probable que me rechacen), etc.
Con todo ello, estaremos desarrollando cada vez más ansiedad ante situaciones
sociales, pudiendo llegar a la fobia social (temor significativo a las
situaciones sociales), e incluso con ataques de pánico (temor intenso a las
sensaciones de activación física).
Además,
algunas conductas emocionales como la evitación de situaciones que producen
ansiedad obedecen los principios del condicionamiento operante. Si la evitación
se ve reforzada por una consecuencia agradable (la disminución del malestar que
produce la ansiedad), entonces tenderá a aumentar la frecuencia de dicha
conducta de evitación, cobrando así más importancia el temor a la situación
evitada (aumenta la valoración de amenaza) y haciendo más difícil en el futuro
volver a afrontarla activamente, exponiéndose a la misma.
Por
lo general, somos más vulnerables al desarrollo de los desórdenes emocionales
cuando nos encontramos con niveles muy altos de emocionalidad negativa
(especialmente ansiedad); por ejemplo cuando estamos sometidos a la presión del
estrés cotidiano durante un tiempo prolongado (trabajar demasiado, descansar
poco, estar sometido a circunstancias difíciles, tener que afrontar nuevos
problemas para los que no tenemos recursos, etc.), sufrir un acontecimiento
vital estresante (como un divorcio), o un suceso traumático (como una
violación). El estrés está asociado al desarrollo de emociones negativas,
especialmente la ansiedad, pero también otras como la irritabilidad o la ira. Y
si no somos capaces de superar los problemas que nos estresan comienza a
disminuir nuestro estado de ánimo, comenzando a aparecer los primeros síntomas
depresivos.
Las
personas cuando llevan tiempo sometidas a un fuerte estrés y mucha ansiedad es
más fácil que pueden desarrollar problemas de aprendizaje cognitivo-emocional,
como el desarrollo de sesgos cognitivos, o dificultades en la autorregulación
emocional, observándose con frecuencia algunos problemas como los que
describiremos a continuación.
Miedo irracional o temor a algunas reacciones
emocionales (o a determinados aspectos de las mismas, por ejemplo las
sensaciones físicas), debido a una valoración cognitiva (interpretación) de
amenaza, por la creencia errónea de que su salud puede correr peligro, cuando
sólo está sufriendo la activación fisiológica propia de la ansiedad.
Temor a su ansiedad en las situaciones sociales por
temor a que los demás se darán cuenta de la torpeza de sus actos. Por ejemplo,
miedo a comportarse de una manera inadecuada, que conduce a la inhibición
social (como, no hablar en situaciones sociales), porque se piensa que los
demás están pendientes de su conducta, le van a evaluar y le van a rechazar.
Algunas personas pueden mostrar evitaciones a
situaciones emocionales, aunque no puedan permitirse evitarlas. Por ejemplo,
evitar hablar en público por culpa de la ansiedad, aunque sea una exigencia de
su trabajo, o evitar viajar en avión, cuando sería lo más conveniente, etc.
Otras pueden experimentar una elevada activación
fisiológica en una determinada respuesta, como el rubor, el sudor, el temblor
muscular de extremidades, o el temblor de voz, porque temen que los demás
observen esta respuesta en ellos, les evalúen muy negativamente por no poder
controlarla y les rechacen o incluso tenga consecuencias peores (por ejemplo,
que les despidan del trabajo).
Pueden sufrir problemas de concentración, cansancio
físico, contracturas musculares, falta de motivación por el trabajo o cualquier
otra actividad desempeñada, debido a que dedican la mayor parte del día a
prestarle atención a su ansiedad, a sus miedos, y a preocuparse por lo que
podría llegar a ocurrir si no se controlan (creyendo que así evitarán el
problema o que lo afrontarán mejor si llega a ocurrir), lo que a la larga aumenta
los niveles de ansiedad.
Pueden desarrollar un problema de insomnio primario
asociado a un nuevo hábito, que consiste en repasar los problemas del día a la
hora de dormir y anticipar otros problemas, lo que les activa y les impide
conciliar el sueño
Pueden desarrollar un problema de consumo de
benzodiacepinas (sedantes) para intentar resolver el problema de insomnio, unos
psicofármacos que pueden generar dependencia y que luego habrá que retirar para
poder enseñarles de nuevo una correcta profilaxis del sueño
Así
pues, es más probable desarrollar estos sesgos cognitivos (magnificar la
amenaza de cosas que antes no nos preocupaban o dedicar mucho tiempo a atender
y rumiar las amenazas) y fallos en la regulación emocional (por ejemplo, elegir
la evitación para disminuir la emoción en lugar de la revaloración cognitiva de
la amenaza y la refocalización de la atención) cuando estamos estresados y con
una elevada emocionalidad negativa. El estrés es un proceso en el que tenemos
que activarnos (por ejemplo, darnos más prisa, aumentar la tensión, tomar
decisiones importantes, aumentar la preocupación, asumir algunos riesgos, resistir
unas condiciones adversas, etc.) para tratar de enfrentar una situación (por
ejemplo, trabajar más deprisa, abordar un problema, etc.) que nos exige poner
en marcha más recursos de lo habitual, mantener un nivel de activación más
elevado, lo que sin duda producirá un mayor cansancio, del que nos podremos
recuperar descansando. Pero el estrés produce un estado de alerta cognitivo que
hace demos más importancia a algunas posibles amenazas y estemos más pendientes
de ellas, lo que puede conducir al aumento de los sesgos cognitivos.
Las
personas que están experimentando estrés tienden a estar más tensas, nerviosas
e irritables. Si se prolonga mucho, tendemos a aumentar los sesgos cognitivos y
solemos encontrar síntomas de agotamiento físico y mental, muchos síntomas
emocionales propios de las emociones negativas (ansiedad, preocupación,
rumiaciones, malestar psicológico, irritabilidad, hostilidad, etc.),
dificultades para dormir, alteraciones del apetito, del deseo sexual, cambios
conductuales poco saludables (alimentación, ejercicio físico, conductas
preventivas, etc.), sintomatología física variada (digestiva, intestinal,
dermatológica, vascular, muscular, etc.), disfunciones y trastornos de estos
sistemas que se activan con el estrés (dolor, somatizaciones), etc.
Muchas
personas que acuden a las consultas de Atención Primaria con estos síntomas
tienen estrés y emocionalidad negativa desde hace algún tiempo. El tratamiento
farmacológico reduce la intensidad de los síntomas, pero no cambia la causa que
los produce, por lo que muchas veces el problema no se resuelve, sino que
tiende a hacerse crónico si no cambian las circunstancias que lo generan ni los
procesos cognitivo-emocionales que el paciente ha aprendido, mediante los que
desarrolla reacciones emocionales desadaptadas. En cambio una intervención
psicoeducativa sobre el estrés y el desarrollo de habilidades para manejar el
estrés y las emociones puede reducir o eliminar dichas circunstancias o
factores causantes de los síntomas.
Así
pues, el aumento progresivo de estos sesgos cognitivos conduce a un incremento
de la sintomatología de estos trastornos. Por el contrario, la disminución
progresiva de los sesgos genera una reducción de síntomas. Por lo tanto, una
clave esencial para superar la ansiedad consiste en manejar aquellos
pensamientos que pueden disparar nuestra ansiedad. Es especialmente útil
aprender a no magnificar ciertos pensamientos amenazantes (por ejemplo, "mi
conducta social es inapropiada", "los demás me rechazarán por ello", o "estas
sensaciones son muy peligrosas", "puede ser un infarto", "estas sensaciones me
están volviendo loco", "puedo perder la conciencia", o "soy una mala persona
por tener estos pensamientos intrusos que no puedo controlar"), así como a no
pensar todo el tiempo en dichos pensamientos (sesgo atencional), por ejemplo
participando en la conversación social en la que se participa (lo que dificultaría
la rumiación y el sesgo atencional).
Disminuir
la activación fisiológica mediante la práctica diaria de la relajación muscular
progresiva, las técnicas de respiración y el manejo de la atención o la
imaginación de situaciones relajantes será de gran ayuda, a su vez, para
disminuir (además de la activación fisiológica) los sesgos cognitivos, pues
cuando estamos más activados nuestra atención se centra en la amenaza y
tendemos a magnificarla; mientras que si estamos más relajados podremos atender
mejor otro tipo de estímulos más positivos o neutros. Para explicar esto,
podemos usar un modelo de espiral creciente, que lleva al desarrollo de
síntomas físicos y sesgos cognitivos, pero que se puede revertir si el
tratamiento dibuja una espiral decreciente, que nos llevará a disminuir la
activación y los sesgos.
Otra línea de intervención,
complementaria de las anteriores, consiste en enfrentarse a las situaciones que
normalmente evitamos, una vez que hemos comprendido la naturaleza de las
relaciones entre cognición y emoción. Así, un poco más adelante, cuando
manejemos mejor la forma en que podemos reducir los sesgos cognitivos, la
exposición nos va a ser muy útil y la pondremos en marcha poco a poco, en
nuestro ambiente cotidiano, con el fin de aprender de forma eficaz que nuestros
pensamientos eran inadecuados: por ejemplo, llegar a comprender que en las
situaciones sociales los demás no nos rechazan (ni siquiera están tan
pendientes de nosotros como pensábamos; además, no perciben nuestra ansiedad
como creíamos, pues no la detectan tan fácilmente como imaginábamos, y si lo
hacen, no nos rechazan por ello); o bien, que experimentar sensaciones de
ansiedad no es peligroso; o análogamente, que si centramos nuestra atención en
la tarea (por ejemplo, charlar) o en estímulos neutros de la situación y no en
estímulos emocionales, manejamos mucho mejor nuestra ansiedad.
Véase el vídeo de Canal UNED titulado "Miedo al examen. Programa de ansiedad ante los exámenes", en el siguiente enlace:
http://www.canaluned.com/mmobj/index/id/7885
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