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Emociones y salud

Hoy se acepta que las emociones positivas (es decir, aquellas que generan una experiencia emocional agradable o placentera, como la alegría) tienden a potenciar la salud, tanto física como mental, mientras que las emociones negativas (las que producen una experiencia emocional desagradable) tienden a disminuirla. A su vez, las personas que gozan de buena salud tienden a experimentar más emociones positivas y menos negativas que quienes han perdido su salud y bienestar.

El miedo, la tristeza-depresión o la ira son reacciones emocionales básicas para la adaptación, que se caracterizan por una experiencia afectiva desagradable o negativa y alta activación fisiológica. Son las tres emociones más estudiadas y se les conoce como 'emociones negativas', son experimentadas por todos los seres humanos en múltiples situaciones, son bastante independientes de la cultura, se considera que preparan al individuo para dar una respuesta adecuada a las demandas de la situación, etc. Por todo ello, se considera que son adaptativas para el individuo.

Sin embargo, en ocasiones encontramos reacciones patológicas en algunos individuos, debido a un desajuste en la frecuencia, intensidad o porque no son respuestas adecuadas a la situación. En un primer momento, las emociones negativas nos ayudan a adaptarnos mejor y a protegernos de posibles problemas; no obstante, no podemos permanecer indefinidamente aterrados, ansiosos, enfadados o tristes, ya que estas reacciones emocionales suponen un esfuerzo extraordinario, un sobrecoste imposible de mantener a largo plazo, cuando no hay recuperación porque la emocionalidad negativa no cesa.

Si la intensidad de las emociones negativas es muy elevada, pueden acontecer algunos aprendizajes disfuncionales que conducen a la patología. Por ejemplo, un niño que se pierde y es consciente de que se ha perdido, si reacciona con una reacción de miedo muy intensa, puede desarrollar un trastorno de ansiedad por separación que le llevará a tener dificultades para alejarse de sus padres (dormir en casa de familiares, dormir solo, ir a campamentos de verano, etc.). Si una persona de edad madura  desarrolla un ataque de ira muy intenso, puede sobrevenirle algún trastorno cardiovascular, si bien las emociones negativas y el estrés son solo un factor de riesgo, por lo que para que esta enfermedad aconteciese se requiere que esta persona tenga alto riesgo en otros factores como colesterol, hipertensión, obesidad, tabaquismo, etc.

Cuando acontece tal desajuste en las reacciones emocionales negativas (encontramos altos niveles de emocionalidad negativa sostenidos en el tiempo), puede sobrevenir (somos más vulnerables a desarrollar) también un trastorno de la salud, tanto mental (trastorno adaptativo, de ansiedad, depresión mayor, etc.) como de salud física (por ejemplo, trastornos psicofisiológicos, ya sean de tipo cardiovascular, digestivos, etc.). A su vez, las personas diagnosticadas con estos trastornos mentales y/o físicos experimentan más emociones negativas y menos emociones positivas.

Existen varias posibles explicaciones o trayectorias por las cuales una alta emocionalidad negativa crónica puede asociarse con un empeoramiento de la salud.

En primer lugar, las reacciones de ansiedad, de tristeza-depresión y de ira que alcanzan niveles demasiado intensos, o frecuentes, cuando se mantienen en el tiempo, tienden a producir cambios en la conducta, de manera que se abandonan los hábitos saludables (ejercicio físico, medicina preventiva, descanso, vida social, aficiones, etc.) y se desarrollan conductas no saludables como sedentarismo, conductas adictivas (tabaquismo, consumo de alcohol, etc.), o que ponen en peligro nuestra salud. Por ejemplo, existe relación positiva entre ansiedad y consumo de tabaco, así como entre tabaquismo y enfermedad (cáncer, infarto, trastorno de pánico).

En segundo lugar, estas reacciones emocionales mantienen niveles de activación fisiológica intensos, que pueden producir disfunciones psicofisiológicas y deteriorar nuestra salud, especialmente si se mantienen durante mucho tiempo. Así, los pacientes con hipertensión esencial, asma, cefaleas crónicas, o diferentes tipos de dermatitis, presentan niveles más altos de ansiedad (a nivel de los tres sistemas de respuesta, pero especialmente a nivel fisiológico) y de ira que la población general. Los pacientes con trastorno de pánico también experimentan niveles muy altos de ansiedad a nivel fisiológico, preocupándose por ello y llegando a tenerle un gran temor (alta sensibilidad a la ansiedad centrada en las sensaciones físicas). A su vez este temor a las sensaciones físicas provoca más activación fisiológica e incluso ataques de pánico.

En tercer lugar, esta alta activación fisiológica puede estar asociada a un cierto grado de inmunodepresión, si se mantiene demasiado tiempo (crónica), lo que nos vuelve más vulnerables al desarrollo de enfermedades infecciosas (como la gripe, herpes, etc.) o de tipo inmunológico (alergias, lupus, artritis reumatoide, etc.).

En cuarto lugar, el malestar psicológico propio de las emociones negativas puede desencadenar mecanismos de autorregulación o afrontamiento poco adecuados, como la supresión o control de estas experiencias emocionales (que puede acarrear altos niveles de activación fisiológica y un cierto grado de inmunosupresión), el consumo de sustancias psicoactivas para reducir el malestar o aumentar la euforia (que puede ocasionar problemas de adicción o consumo de sustancias) o bien la evitación de las situaciones que desencadenan la emoción, dando lugar a trastornos de tipo fóbico (fobia específica, fobia social, agorafobia).

En quinto lugar, la alta emocionalidad negativa tiende a producir un mayor nivel de sesgos cognitivos (sobre la atención, la interpretación, la memoria, las atribuciones, etc.), lo que a su vez tiende a generar un aumento de la frecuencia e intensidad de las reacciones y síntomas emocionales. Así, cuanto más nerviosos estamos más nos fijamos en las amenazas (sesgo atencional), más importancia le damos a la probabilidad de que ocurran o a las consecuencias negativas que traerán (sesgo interpretativo), lo cual a su vez incrementará aún más la ansiedad. Y al tener de nuevo más ansiedad, aumentarán los sesgos cognitivos… Es decir, habrá un aumento progresivo de la emoción y de los sesgos cognitivos, siguiendo este modelo de espiral creciente. Dependiendo de dónde se focalice la atención, se irán desarrollando unos u otros trastornos: si se centra en las sensaciones físicas, se puede desarrollar trastorno de pánico; si lo hace en la propia conducta ante situaciones sociales, fobia social; si se fija en los pensamientos intrusos, trastorno obsesivo compulsivo; si lo hace en la situación, fobia específica o trastorno por estrés postraumático; si lo hace en la pérdida y desarrollo atribuciones de causalidad internas, estables y globales, trastorno depresivo, etc.

Las emociones positivas también a veces pueden alterar nuestra salud. Por ejemplo, una elevada euforia en personas muy impulsivas puede conducir a un atracón de comida o de consumo de sustancias psicoactivas, que puede aumentar el riesgo de sufrir un accidente o alguna otra consecuencia negativa para la salud.

En definitiva, existe una relación estrecha entre emociones y salud. Por un lado, cuando estamos sanos disfrutamos de mayores niveles de bienestar y emocionalidad positiva, mientras que cuando enfermamos, tendemos a preocuparnos, activarnos y a deprimirnos. Por otro lado, las emociones positivas tienden a potenciar la salud, mientras que las reacciones emocionales negativas tienden a producir algunos trastornos de la salud que podríamos denominar "desórdenes emocionales".

De estos desórdenes emocionales podemos afirmar: (1) se considera que son fruto de un doble proceso de aprendizaje emocional disfuncional, a lo largo del tiempo, en el que intervienen factores de tipo cognitivo (como los sesgos cognitivos), conductual (como las evitaciones) y de tipo asociativo (condicionamiento clásico de respuestas fisiológicas); (2) por un lado, de tipo cognitivo-conductual, carácter voluntario, con presencia de sesgos cognitivos (especialmente de tipo atencional e interpretativo, con rumiaciones constantes y magnificaciones) y fallos en la regulación emocional (por ejemplo, intentar evitar situaciones en lugar de reinterpretarlas y afrontarlas); (3) por otro lado, de tipo asociativo, carácter automático, con presencia de estímulos emocionales condicionados que tienden a ser evitados, debido al malestar psicológico y alta activación que producen cuando están presentes dichos estímulos; (4) también se considera que el proceso de aprendizaje es reversible y que en el tratamiento se pueden llevar a cabo ambos tipos de reaprendizaje (cognitivo-conductual y asociativo), dirigidos a recuperar  la función adaptativa de las emociones, aplicando las técnicas de tipo cognitivo-conductual que gozan de mayor evidencia (e.g., reestructuración cognitiva, relajación y exposición conductual).

Aunque la salud mental y física están íntimamente relacionadas en nuestra cultura las solemos estudiar por separado, por lo que dedicaremos un apartado a cada una de ellas.