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Enfermedades crónicas

Las enfermedades crónicas son enfermedades de larga duración y por lo general de progresión lenta. Las enfermedades cardíacas, los infartos, el cáncer, las enfermedades respiratorias y la diabetes, son las principales causas de mortalidad en el mundo, siendo responsables del 63% de las muertes.

La esperanza de vida en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) está creciendo y ya alcanza los 80,1 años, con datos del 2011. Paralelamente, también lo hace la carga de enfermedades crónicas, como la diabetes o la demencia. En España, el 6,5 por ciento de los ciudadanos de 20 a 79 años padecen diabetes, frente al 7 por ciento de la media de los países desarrollados. En cuanto a la demencia, el 6 por ciento de los mayores de 60 años tienen diagnosticada alguna, frente al 5 por ciento de la media OCDE.

Sin embargo, es posible vivir más y tener al mismo tiempo más años de vida saludable, especialmente si se conocen los factores de riesgo de las enfermedades crónicas y se previenen aquellos que se pueden modificar.

Por ejemplo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el sobrepeso y la obesidad son el quinto factor principal de riesgo de defunción en el mundo, pues a su vez supone un factor de riesgo importante para las enfermedades cardiovasculares o la diabetes, entre otras. Como es sabido, la obesidad se puede modificar cambiando el estilo de vida, reduciendo las conductas no saludables (comer en exceso, tomar muchas grasas, sufrir un alto nivel de estrés durante mucho tiempo) y aumentando las conductas saludables (por ejemplo, incrementar la actividad y el ejercicio físico).

En un estudio científico sobre el infarto agudo de miocardio, llamado INTERHEART, se concluyó que el estrés, la depresión y otros factores psicosociales suponen un riesgo atribuible a la población para sufrir esta enfermedad de un 32,5%, que es independiente de los otros ocho factores de riesgo (obesidad, diabetes, colesterol, hipertensión, tabaquismo, sedentarismo, alimentación pobre en verduras y frutas, alcohol). Las diferencias encontradas en este estudio fueron consistentes a través de las regiones, en diferentes grupos étnicos, y en varones y mujeres de 52 países.

El estrés psicosocial es un factor de riesgo que está asociado con el desarrollo de hábitos no saludables y enfermedades cardiovasculares (como el infarto), la diabetes, algunos tipos de cáncer y otras enfermedades crónicas, como el dolor crónico. Así, independientemente de los otros factores tradicionales, haber sufrido estrés multiplica por 2,17 la probabilidad de sufrir un infarto de miocardio.

Las emociones y el estrés están íntimamente relacionados, aunque son procesos diferentes. Las emociones son reacciones puntuales a ciertas situaciones relevantes para la adaptación del individuo, como el peligro de muerte, que genera la reacción emocional de miedo, la pérdida de un ser querido (que produce tristeza) o el examen de entrada en la universidad (que desarrolla ansiedad). El estrés, es una reacción general de activación de recursos cognitivos, fisiológicos y conductuales ante cualquier situación, cuyas demandas debemos afrontar (como por ejemplo mantener un buen nivel de actividad durante ocho horas en nuestro puesto de trabajo) y para la que no tenemos suficientes recursos (estamos cansados pero todavía debemos mantenernos activos y además el ritmo de trabajo es rápido y exigente).

El estrés nos activa y al estar más activados se facilitan las reacciones emocionales negativas, especialmente la ansiedad, aunque a veces también la ira y, en menor medida y a más largo plazo, la tristeza-depresión.

Si estamos estresados, estamos más activados y es más probable que desarrollemos más pensamientos negativos, como por ejemplo que anticipemos un resultado negativo magnificado (que producirá ansiedad), o estemos más irritables por cansancio y resulte más fácil que nos enfademos (ira). Así, el estrés tiende a ir acompañado de reacciones emocionales negativas (caracterizadas por el malestar psicológico y la alta activación fisiológica), aunque también a veces positivas, si estamos comprometidos con lo que hacemos y tenemos control sobre ello.

La energía que necesita un organismo es un bien escaso que obtiene de la alimentación, el oxígeno, el agua y otras sustancias.

Los especialistas coinciden en la necesidad de consumir los productos de la dieta mediterránea, cuyos efectos beneficiosos para la salud son bien conocidos y han sido demostrados en numerosos estudios, en los cuales se ha encontrado que esta dieta es un factor de protección para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares y se asocia a un menor riesgo de cáncer, diabetes y mortalidad.

La dieta mediterránea tradicional se caracteriza por la ingesta de abundantes alimentos de tipo vegetal, pescados, legumbres, cereales, pastas, huevos, aves y aceite de oliva. De acuerdo con las normas de esta dieta, los alimentos se deben consumir preferentemente siguiendo el orden de la Pirámide de la Alimentación Saludable, según la cual, determinados grupos de alimentos, como las hortalizas, frutas, verduras, cereales, pastas, aceite de oliva o lácteos se deben consumir a diario (están en la base de la pirámide). Mientras que las carnes, huevos, legumbres y pescados se deberían consumir semanalmente. Y los alimentos más ricos en grasas y calorías, como embutidos, dulces, helados, grasas, margarinas, etc., solo deberían consumirse de manera ocasional.

El aceite de oliva se considera la principal fuente de grasa y el agua la principal fuente de hidratación, que no añade azúcares y calorías. Las carnes rojas deben consumirse en pequeñas cantidades y el vino habitualmente solo en las comidas.

El estrés nos activa. Es decir, provoca un aumento de la frecuencia e intensidad de las respuestas fisiológicas, como la tasa cardíaca, la tensión muscular, la sudoración, la temperatura, el gasto de glucosa y de oxígeno, etc. Por lo tanto, el estrés tiende a favorecer las necesidades de alimentación. De hecho, con el estrés muchas personas tienden a comer más, consumir productos más calóricos y aumentar su peso, aunque algunas otras disminuyen la ingesta y pueden perder peso.

Con frecuencia nos encontramos que algunas personas cuando tienen elevados niveles de estrés, malestar emocional, como ansiedad, ira, tristeza, frustración, aburrimiento, etc., suelen comer en exceso, ingerir alimentos hipercalóricos, limitar la diversidad de alimentos y adoptar un estilo de vida más sedentario. Si el estrés, la ansiedad y demás emociones negativas son intensos y duran mucho tiempo, podrían favorecer el sobrepeso, la obesidad y el aumento del colesterol en algunas personas. Así, por ejemplo, se sabe que existe relación positiva entre trastornos de ansiedad y obesidad, especialmente en mujeres. La relación entre depresión y obesidad es más fuerte, especialmente a partir de los 50 años, y está asociada con el desarrollo de diabetes tipo 2.

En las personas en las que está muy marcada la relación entre estrés o emociones con aumento de la ingesta se dice que presentan un estilo de “comer emocional”.

Por lo tanto, el comer emocional podría ocasionar aumento de peso, sobrepeso, obesidad (especialmente si se dan también otros factores como la falta de ejercicio físico o de tipo genético) y en ocasiones atracones de comida, en personas muy impulsivas.

En general, el estrés, la falta de tiempo, la pérdida del rol de ama de casa y las presiones a las que estamos sometidos hoy han supuesto un notable alejamiento de la tradicional dieta mediterránea. Al mismo tiempo, la obesidad y el sobrepeso han ido aumentando de manera importante, hasta el punto de que estamos ya en prevalencias de un 62,3% de adultos y un 45,2% de niños que presenten bien sobrepeso o bien obesidad.

Este problema creciente se podría corregir con una adecuada información, que modificara errores sobre el papel de la alimentación en la salud, programas de entrenamiento en desarrollo de hábitos de alimentación adecuados e incremento del ejercicio físico, así como con instrucción en manejo del estrés y las emociones. Los programas preventivos que incluyen estos componentes podrían ayudar a disminuir la prevalencia y carga de las enfermedades crónicas.

Algunos factores de riesgo, como la edad, no son modificables, aunque sí pueden serlo algunos de sus efectos. Por ejemplo, con la edad disminuyen las necesidades metabólicas y en la mujer se producen cambios hormonales importantes con la menopausia. Ambos factores tienden a producir sobrepeso, que si no se atiende puede ir evolucionando hacia la obesidad, hipertensión, diabetes tipo 2, etc. Sin embargo, el sobrepeso podría ser prevenido o corregido disminuyendo la ingesta de calorías y aumentando la actividad física, así como los controles médicos preventivos. A su vez, el entrenamiento en técnicas de reducción del estrés y manejo de las emociones negativas podría ser de ayuda para disminuir la hipertensión arterial, que suele ser frecuente en la mujer de esta edad.

Algunas mujeres a partir de esta edad tienden aumentar su peso, la presión arterial, la osteoporosis, disminuir el ejercicio físico y en general aumentar los factores de riesgo cardiovascular. Con el fin de prevenir la aparición de enfermedades crónicas se pueden llevar a cabo programas preventivos como los que se describen en el siguiente apartado “Programas de prevención”.

Se sabe que cerca del 30% de las personas con una condición física crónicas no logran adaptarse al padecimiento de su enfermedad crónica, que va aumentando poco a poco la discapacidad.

Para afrontar con éxito una enfermedad crónica se requiere que el paciente sea capaz de manejar con éxito su estrés, sus emociones y su conducta de autocuidado de manera adaptativa. Ello ayudará a controlar el desarrollo de la espiral creciente:

1) estrés,

2) emociones negativas,

3) malestar psicológico,

4) alta activación fisiológica,

5) conducta no saludable,

6) aumento de otros factores de riesgo,

7) aumento de síntomas físicos,

8) agravamiento de la enfermedad crónica,

9) nuevo aumento del estrés, etc. (vuelta al punto 1).

Si se controla esta espiral creciente, estaremos ayudando a que no aparezcan los desórdenes emocionales (trastornos psicológicos, caracterizados por la presencia de altos niveles de ansiedad y depresión) que habitualmente están asociados a la enfermedad crónica (como, los trastornos de ansiedad y del estado de ánimo).

Para un buen control de la enfermedad crónica es esencial una baja intensidad de sentimientos negativos, un alto nivel de sentimientos positivos y un comportamiento responsable de autocuidado, junto con la satisfacción y bienestar respecto de otros dominios vitales distintos de la salud (familia, trabajo).

Véase el vídeo de Canal UNED titulado Diabetes e hipertensión arterial, en el siguiente enlace:

http://www.canaluned.com/mmobj/index/id/13246

Véase el vídeo de Canal UNED titulado Cáncer: Prevención y dieta, en el siguiente enlace:

http://www.canaluned.com/mmobj/index/id/12074

  
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