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Ansiedad y miedo

Para entender mejor qué es la ansiedad, podemos decir que se trata de una emoción similar al miedo, en algunos aspectos, pero que ambas reacciones difieren, por ejemplo, en que se producen en situaciones diferentes. Así, cuando se intentan diferenciar ambas reacciones emocionales, se alude muchas veces a la situación o estímulo que las provoca.

La reacción de miedo, estaría provocada por estímulos objetivamente peligrosos, como por ejemplo, aquellos que pueden poner en peligro la supervivencia. En cambio, la ansiedad sería una reacción provocada por estímulos que suponen una amenaza para los intereses del individuo, como por ejemplo, una amenaza para su imagen social, posibilidad de obtener resultados negativos, etc.

De acuerdo con esta diferencia, sentiríamos miedo frente a un toro de lidia y podríamos tener ansiedad al hablar en público. Lógicamente, las reacciones ante un toro y ante una audiencia son también diferentes. En el primer caso, nuestros procesos cognitivos quedan prácticamente anulados por la intervención de estructuras subcorticales, como la amígdala; pero en el segundo caso, esto no sucede.

Sin embargo, en muchas ocasiones en la literatura psicológica se habla indistintamente de miedo o ansiedad, por ejemplo: miedo a hablar en público o ansiedad a hablar en público. De manera que, aunque se pueden establecer distinciones entre ansiedad y miedo, a veces usamos ambos términos como sinónimos. Pero veamos otras diferencias posibles, apuntadas desde los distintos enfoques que han investigado la emoción.

Si para diferenciar miedo y ansiedad tuviéramos que recurrir a las diferencias en el estímulo, cabría entonces pensar que existen muchas similitudes entre la reacción de ansiedad y la reacción de miedo. Sin embargo, al tratarse de estímulos que se diferencian en la naturaleza y cantidad de peligro objetivo que supone para el individuo, probablemente habrá también diferencias de intensidad, o diferencias en el patrón de respuestas que predominan en una situación u otra.

Si decimos que las emociones nos preparan para adaptarnos mejor a la situación, resulta obvio pensar que la reacción ante una situación de peligro real (nos ataca un animal salvaje) debería ser diferente a la reacción ante una situación de amenaza a nuestra imagen social (tenemos que hablar en público).

Ante una situación de peligro, la reacción de lucha, huida o paralización se considera adecuada para la supervivencia y fuera del control de la voluntad del individuo. Así, si una persona indefensa ve como un individuo se acerca corriendo hacia él con un cuchillo en la mano y gritando, es probable que la decisión de correr, defenderse o quedarse paralizado no sea voluntaria, no la disponga su conciencia, sino que instintivamente (y a veces en contra de lo que había pensado hacer) inicie uno de estos patrones de conducta, dirigido a salvarle. Se trata de un programa de conducta involuntario en muchos casos.

En cambio, ante una situación de resultado incierto o de amenaza, como las que provocan ansiedad, una cierta reacción de incremento del estado de alerta o activación se considera suficiente para que resulte adaptativa. Así, ante un examen se incrementa el estado de alerta a nivel cognitivo (por ejemplo, pensamos más rápido), así como la activación fisiológica (aumenta la tensión muscular) y se agiliza la conducta (escribimos más rápido).

Por lo tanto, la reacción de miedo (especialmente si es intenso) englobaría mucho más claramente la reacción de lucha, huida o paralización; mientras que la reacción de ansiedad debería caracterizarse por una menor intensidad, aunque con un incremento de la activación fisiológica, cognitiva y conductual, pero siempre con un mayor grado de control voluntario por parte del individuo que en la reacción de lucha-huida-paralización.

En la psicología de las emociones podemos encontrar algunas otras diferencias entre una reacción de ansiedad y una reacción de miedo. Así, por ejemplo, en el estudio científico de la expresión facial de las emociones se reconoce claramente la expresión de miedo como una expresión característica universal, que se da en los individuos de todas las culturas. Se trata de una expresión particular que no se aprende por imitación, pues los niños ciegos de nacimiento también la desarrollan. Dicha expresión se pone en marcha de manera automática ante estímulos potentes que pueden poner en peligro la integridad del individuo, pero resulta difícil reproducirla de manera voluntaria para simular una expresión de miedo.

Sin embargo, no se reconoce la existencia de una expresión facial universal de ansiedad. Probablemente ello se debe a que el miedo se produce ante situaciones más relevantes para la supervivencia, por ejemplo, despertarse y descubrir que hay un ladrón en casa, mientras que la ansiedad se produce ante situaciones más frecuentes que pueden suponer para nosotros un problema de menor entidad en nuestra vida cotidiana, por ejemplo, despertarse y descubrir que se ha perdido un avión.

Desde la psicología de la emoción se ha demostrado que pueden existir reacciones de miedo que no precisan de una valoración cognitiva de peligro previa a la reacción, sino que ciertos indicios pueden disparar una respuesta de lucha-huida-paralización sin que haya elaboración cognitiva, utilizando conexiones estímulo-respuesta directas preestablecidas.

Ciertos estímulos incondicionados de peligro pueden provocar respuestas incondicionadas de miedo, aunque no hayan sido identificados plenamente. El circuito corto, a través de la amígdala, estaría encargado de las reacciones rápidas de miedo ante peligros para la supervivencia que requieren una respuesta inmediata para seguir viviendo. Por el contrario, la reacción de ansiedad sería siempre fruto de la valoración cognitiva de amenaza. Ésta sería otra diferencia importante entre ambas emociones.

Por supuesto el enfoque cognitivo que se iniciaba prácticamente en los años 80 discutió la posibilidad de que surja reacción emocional sin que haya valoración cognitiva (las famosas discusiones entre Lazarus y Zajonc), pero finalmente esta tesis sobre la prevalencia de la emoción frente a la cognición (no siempre es necesaria la valoración cognitiva para que se inicie la reacción emocional, que es primaria en tales casos) se ha impuesto para las situaciones de peligro y la reacción de miedo. De manera que ésta sería una diferencia importante entre ambas emociones.

Esta diferencia sería primordial a la hora de reducir una respuesta emocional de miedo frente a tener que reducir una respuesta emocional de ansiedad.

La primera (la reacción de miedo) requeriría eliminar una conexión directa estímulo-respuesta en la amígdala y debería usarse la técnica de exposición al estímulo temido, poco a poco, por aproximaciones sucesivas, bajo condición de control del propio individuo.

En el segundo caso (reacción de ansiedad) basta con una reestructuración cognitiva que permita cambiar la valoración de amenaza por una valoración de desafío y disminuya el sesgo atencional sobre la amenaza. La exposición posterior a la amenaza también ayudaría a reducir los sesgos cognitivos. Por lo tanto, quizás deberíamos diferenciar dos tipos diferentes de exposición, una basada en el condicionamiento directo y la otra basada en el manejo de la ansiedad (utilizando reestructuración cognitiva y estrategias de relajación).

Muchos manuales explican la ansiedad recurriendo a la reacción de lucha-huida. Si tenemos en cuenta esta diferenciación que intentamos establecer entre miedo y ansiedad, no tendría sentido explicar la ansiedad a partir de los mecanismos del miedo (como reacción ante un peligro físico). La ansiedad habría que explicarla en términos más cognitivos y menos relacionados con la respuesta de lucha-huida. A su vez, el tratamiento de la ansiedad estaría mucho más cerca de una simple reestructuración cognitiva que consiga reducir el grado de amenaza y disminuya el sesgo atencional centrado en la amenaza. Si bien una técnica de exposición bien realizada también podría llevar al individuo a conseguir esa reestructuración.

El enfoque cognitivo de la psicología, que hace más de treinta años ignoraba la investigación sobre la emoción (a la que consideraba una desviación de los procesos cognitivos racionales), hoy resulta ser un paradigma esencial en el estudio de la naturaleza de las reacciones emocionales. Desde este enfoque, la diferencia entre la ansiedad y el miedo radicaría, en principio, más que en la situación que produce la respuesta o en la expresión facial, en la valoración cognitiva que el individuo hace de la situación. Así, una misma situación podría ser interpretada como peligrosa o como amenazante, con lo que la misma situación podría provocar miedo o ansiedad, dependiendo de la interpretación individual. Esta distinta interpretación o valoración cognitiva daría lugar a reacciones diferentes, aunque podrían considerarse en muchos puntos similares. Por lo tanto, la distinción entre miedo o ansiedad dependería de la valoración cognitiva individual.

Como ya hemos señalado la hipótesis de la primacía de la cognición sobre la emoción de Lazarus, en los años 80, ha quedado bastante cuestionada a partir de los trabajos de investigación sobre la amígdala en la reacción de miedo. Pero el estudio de las relaciones entre cognición y emoción, especialmente en el caso de la ansiedad, nos puede ayudar a entender mejor la emoción, cómo surge en muchos casos, cómo se potencia, cómo se mantiene, o cómo se debilita, en función del tipo de actividad cognitiva relacionada con la emoción.

Dentro del enfoque cognitivo existen diferentes modelos que intentan explicar el pánico. En general, varios de ellos comparten la idea de una magnificación de las consecuencias que pueden tener las sensaciones físicas. Así, por ejemplo, el pánico se ha entendido como miedo a la ansiedad o sensibilidad a la ansiedad, que sería el miedo o temor a tener altos niveles de ansiedad, o experimentar una alta activación fisiológica (temor a las sensaciones físicas), como una característica de las personas que sufren pánico. Algunos pacientes con pánico, llegan a creer que su vida está en juego (por lo tanto, pueden experimentar verdadero miedo) al percibir intensas reacciones físicas de ansiedad. En este caso, la cuestión de si experimentan miedo o ansiedad podría ser relevante porque si tuvieran miedo condicionado es probable que fuese imprescindible utilizar la técnica de exposición gradual progresiva; mientras que si experimentan ansiedad, la reestructuración cognitiva de la valoración de amenaza podría ser suficiente. Por lo general, el pánico responde muy bien a la reestructuración cognitiva de la amenaza y a la disminución de la atención prestada a las sensaciones físicas.

Véase el vídeo de Canal UNED titulado Estrés y ansiedad, en el siguiente enlace:

http://www.canaluned.com/mmobj/index/id/7923

  
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