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Emociones y activación

Las reacciones emocionales comprenden cambios fisiológicos en todo el cuerpo (respiración, ritmo cardiaco, tensión muscular, sudoración, etc.). La psicofisiología es una disciplina que surgió a finales del siglo XIX para centrarse en el estudio de los cambios fisiológicos asociados a la experiencia emocional.

Más recientemente, las técnicas de neuroimagen han permitido conocer mejor el procesamiento de la información emocional y los llamados circuitos de la emoción (las zonas que se activan y el orden en que lo hacen en cada tipo de reacción emocional). Esta línea de investigación se centra en determinar los puntos del cerebro que se activan cuando se procesa información emocional. Así se ha podido comprobar que las emociones se pueden procesar por dos vías diferentes. Por un lado, la vía cortical, para la mayoría de los estímulos emocionales; proceso en el que están implicados la valoración cognitiva de la situación emocional, la atención consciente, los sesgos cognitivos y el aprendizaje cognitivo de las emociones (por ejemplo, desarrollo progresivo de rumiaciones o sesgos de tipo atencional. Por otro lado, está la amígdala, para situaciones de peligro o emergencia, que procesa una respuesta inmediata ante situaciones de peligro para la supervivencia, comprende el aprendizaje asociativo (condicionamiento clásico de estímulos y respuestas emocionales, estudiado por Pavlov) o la existencia de una memoria indeleble para ciertos acontecimientos emocionales, como las experiencias traumáticas.

Si en el sistema nervioso central, nuestro cerebro experimenta cambios cuando nos encontramos en una situación emocional o experimentamos un estado emocional, en el sistema nervioso periférico, compuesto por el sistema nervioso autónomo (que regula las vísceras internas y la piel) y el sistema nervioso somático o motor (musculatura voluntaria), se observan cambios en un buen número de respuestas fisiológicas, como parte de la reacción emocional: tasa cardiaca, temperatura periférica, respiración, presión arterial, tensión muscular, acidez estomacal, motilidad gástrica, vasoconstricción o dilatación periférica, etc,

Dependiendo de la situación que desencadene la reacción emocional y por lo tanto del tipo de estado emocional que estemos experimentando, los cambios fisiológicos del sistema nervioso autónomo tenderán a promover un mayor o menor estado de activación a nivel cardiovascular, respiratorio, digestivo, dermatológico, reproductor, etc.; a su vez, el sistema nervioso motor o somático tenderá a generar una mayor o menor tensión muscular, o grado de energía para poner en marcha acciones ágiles o decisivas, así como un tono de voz o una expresión facial acordes. La intensidad de la experiencia emocional (sentir, por ejemplo, miedo de forma más o menos intensa) dependerá del nivel de excitación fisiológica, de tal modo que cuanto mayor sea la activación a nivel fisiológico, mayor será la intensidad emocional experimentada.

La más alta activación fisiológica suele producirse ante situaciones de alarma, ya sea debida a un peligro físico (reacción de miedo), ya sea causada por una amenaza social (reacción de ansiedad). Pero, como en todo sistema de alerta ante posibles peligros o amenazas, en ocasiones surgen falsas alarmas. A veces, nos activamos sin saber muy bien la causa. Así, por ejemplo, muchas personas en un momento dado se asustan por sus propias reacciones fisiológicas de ansiedad, que en un principio son reacciones naturales, en absoluto peligrosas para la salud. Pero la falta de información y un nivel de activación elevado pueden hacer que algunas personas desarrollen sesgos cognitivos centrados en estas sensaciones físicas, se pongan en alerta (reaccionen con mayor ansiedad) cuando observan que están teniendo estos cambios fisiológicos, que están siendo provocados por una reacción de ansiedad, que en absoluto es peligrosa. Esto es lo que sucede en el trastorno de pánico, un trastorno de ansiedad, caracterizado por el temor a las sensaciones físicas (a la activación).

En general, la actividad cognitiva (lo que pensamos) está relacionada con la activación fisiológica. Al evaluar las consecuencias de una situación, se produce automáticamente un incremento de la activación fisiológica. A su vez, prestar atención a las respuestas fisiológicas sobre las que tenemos información (como el sudor, la temperatura, el rubor, el temblor), modifica la tasa de respuesta. Así, una persona que teme las situaciones sociales porque le molesta que los demás puedan observar su reacción de rubor (tiene un sesgo interpretativo centrado en esta respuesta fisiológica), tiende a ruborizarse más que otras personas que no le dan importancia; y cuanto más tiempo le dedique a prestar atención a su rubor, mayor será esta reacción.

Hay muchas situaciones que pueden generar ansiedad, al considerarlas amenazantes, especialmente cuando nos encontramos en tales situaciones o anticipamos dicho afrontamiento. En ambos casos, se produce alerta cognitiva y activación fisiológica, Por ejemplo, ver una película de suspense nos pone en alerta y nos activa físicamente. En la vida cotidiana, las situaciones ambiguas, sin resultado cierto, también nos activan y nos ponen en alerta. Estos cambios son normales en todos los individuos, aunque existen diferencias individuales en la intensidad de las respuestas fisiológicas provocadas por un mismo estímulo (las personas con mayor rasgo de ansiedad tienden a reaccionar con mayor activación fisiológica), así como en el patrón de activación (qué respuestas se activan más o menos), que suele ser característico del individuo (cada persona cuando está nerviosa sabe qué respuestas fisiológicas se activan más en su cuerpo, siendo éstas diferentes de unos individuos a otros).

Los cambios fisiológicos que se producen durante las reacciones emocionales, aunque sean muy intensos, no tienen porqué ser patológicos, sino que por lo general se consideran respuestas adaptativas del individuo a las demandas de la situación. Una persona que está muy activada en un examen o cuando habla en público no debería extrañarse en principio por su alta activación, pues necesita más recursos energéticos, más atención,... en definitiva, más recursos de afrontamiento que si estuviera tranquilamente descansando. Esta mayor activación fisiológica hasta cierto punto es normal, aunque pueda ser interpretada como un peligro por algunas personas. En este caso se trata de un sesgo cognitivo que puede conducir a un trastorno de ansiedad (trastorno de pánico).

La activación fisiológica que se produce en las reacciones emocionales es temporal y no suele producir ningún problema. Ahora bien, en algunos individuos las respuestas fisiológicas muy intensas llegan a hacerse crónicas, es decir pueden llegar a mantenerse por un espacio excesivo de tiempo. Esto sería más probable en individuos muy nerviosos, con mucha ansiedad (alto rasgo de ansiedad), y en los que están muy estresados y desde hace tiempo. Para entender lo que sucede con una metáfora podríamos decir que tales individuos van muy acelerados todo el tiempo, lo cual implica más gasto energético, dificultades para descansar, malestar, e incluso la posibilidad de que algo falle a largo plazo. Podríamos decir que una alta activación fisiológica, producida por situaciones que generan ansiedad, en principio no es patológica, pero si su intensidad es excesiva y crónica (se mantiene en el tiempo) puede afectar a la larga a la salud.

Por ejemplo, la tensión muscular, por lo general, es más alta en aquellas situaciones en las que necesitamos estar activos y dar una respuesta rápida o enérgica ante las demandas de la situación. Pero una persona que estudia todos los días ocho horas un examen de oposición para conseguir un empleo (un examen en el que se juega mucho), desde hace dos años, puede acumular, día tras día, demasiada tensión en el cuello, hombros, espalda, músculos frontales, etc., lo que puede provocar, en primer lugar dolor (de cabeza, cuello, hombros), y en segundo lugar problemas de contractura muscular (rotura de fibras, dolor, inflamación) y pinzamiento de nervios que pueden ocasionar molestias temporales (dolor de espalda, mareos, etc.).

El sistema endocrino está estrechamente relacionado con los cambios fisiológicos de la reacción emocional, produciendo secreciones hormonales que median o promueven los cambios necesarios para poner en marcha las conductas más acordes con el tipo de situación que desencadena el proceso emocional. Las hormonas juegan un papel esencial en la activación y desactivación fisiológica, ya sea emocional o debida al estrés. Así, hormonas como la adrenalina están relacionadas con activación fisiológica. Cuando nos encontramos muy activados, bajo un estado emocional de miedo, de ansiedad o de ira, encontramos niveles más altos de esta hormona en nuestra sangre. A su vez, una inyección de adrenalina tiende a provocar un estado de activación similar al que se produce en los estados emocionales negativos (miedo, ansiedad, ira, etc.).

Véase el vídeo de Canal UNED titulado Estrés y pánico, en el siguiente enlace:

http://www.canaluned.com/mmobj/index/id/10630

 

  
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