Estrés normal y patológico
El estrés es un mecanismo de reacción que nos activa ante un problema para el que no tenemos suficientes recursos, lo que nos permite reaccionar de manera adecuada ante contextos en los que hay que dar una respuesta para la que no estamos preparados.
Cuando valoramos las demandas por encima de nuestra capacidad de afrontamiento se pone en marcha un proceso de activación de recursos, que se para cuándo se consigue el objetivo deseado (atender las demandas o resolver el problema planteado). Una vez gastados los recursos (necesarios para conseguir ese fin), nuestra mente y nuestro cuerpo necesitan descanso para reponer la energía gastada. Tras un tiempo de descanso, nuestro organismo se recupera y vuelve a estar listo para seguir funcionando normalmente. Afrontar el estrés normal de cada día no es un problema, si descansamos lo suficiente, y disponer de este mecanismo de respuesta resulta adaptativo.
Esta capacidad de reacción parece estar diseñada especialmente para activarnos ante situaciones de emergencia o de cierta relevancia y en general para atender cualquier demanda; sin embargo, pueden surgir problemas cuando la activación es demasiado intensa o se vuelve crónica, sin que haya suficiente descanso o recuperación. En tal caso, suelen comenzar a aparecer algunos síntomas a nivel cognitivo, fisiológico y conductual, que pueden llegar a constituir trastornos mentales o de la salud física.
Entre los síntomas y trastornos asociados con el estrés crónico encontramos olvidos, problemas de concentración, pérdida de rendimiento, alta activación fisiológica continuada, agotamiento, insomnio, dolor de cabeza, dolores musculares, aumento del consumo de sustancias psicoactivas (tranquilizantes, antidepresivos, pastillas para dormir, analgésicos), alta ansiedad o nerviosismo, irritabilidad, ira, u otros problemas que pueden ir siendo progresivamente más discapacitantes pues nos van impidiendo poco a poco hacer una vida normal.
Cuando un individuo está sufriendo algunos de estos síntomas o problemas asociados con el estrés, lo primero que debe hacer es buscar información cualificada sobre lo que le está sucediendo y tomar medidas cuánto antes para aliviar sus tensiones, tratando de reducir el proceso de activación del estrés e intentando que no se prolongue demasiado tiempo.
Si lo hace de manera adecuada, dichos síntomas comenzarán a remitir y con el tiempo se conseguirá restablecer el orden que había antes de la situación estresante. Para ello, tendrá que reducir si es posible la magnitud de la valoración cognitiva de las consecuencias desbordantes del estresor o situación estresante. A veces, puede ayudar también la reevaluación cognitiva de su capacidad de afrontamiento. Llamamos afrontamiento a las actividades, tanto cognitivas como conductuales, que podemos realizar para reducir el impacto de la situación estresante.
Si por el contrario, el individuo no es capaz de reducir el balance negativo entre las consecuencias desbordantes y su capacidad de afrontamiento, e incluso se incrementa porque ahora le preocupan los síntomas que tiene (no duerme, no se recupera, está agotado, está tan activado que se asusta, comienzan a aparecer síntomas físicos y psicológicos que desconoce y magnifica, etc.), o sobrevienen nuevos problemas, o se prolongan demasiado tiempo, entonces los síntomas de estrés se irán incrementando y además aparecerán nuevos problemas de salud física y de salud mental. Por ejemplo, pueden aparecer problemas digestivos, cardiovasculares, dolor crónico, etc., o bien crisis de ansiedad (ataques de pánico) u otros trastornos de ansiedad, a los que se pueden ir sumando con el tiempo problemas del estado de ánimo (depresiones) u otros problemas de salud mental.
Por lo tanto, el estrés es un proceso normal que vivimos cotidianamente, sin que ello implique tener problemas con él. Sin embargo, hay problemas con este proceso cuando es demasiado intenso, frecuente, o continuado, y supera nuestra capacidad de recuperación. Existen diferencias individuales en el proceso de estrés. Algunos individuos tienden a magnificar las consecuencias de las situaciones estresantes y a minimizar sus recursos de afrontamiento, mientras que otros sufrirán menos el estrés porque tienen un perfil opuesto. Otros individuos presentan mayor capacidad de afrontamiento porque poseen una gran capacidad de resiliencia o de adaptación al estrés y de recuperación de sus efectos. Véase el siguiente vídeo de la UNED sobre “Resiliencia: conceptos de psicología positiva”.
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=E_LnRk4wYco
Por otro lado, en algunas ocasiones la situación estresante alcanza tal magnitud que la podemos considerar traumática. En los traumas suele estar amenazada la supervivencia, como en un secuestro, violación, atentado, agresión, accidente, etc. En tales situaciones la reacción de estrés no se limita a un proceso de activación que nos ayuda a afrontar mejor la situación, sino que se amplía el espectro de posibles reacciones, incluyendo el aprendizaje aversivo que se asocia a la situación (por lo general, concluye instaurando una nueva respuesta de evitación a la misma), así como la grabación del acontecimiento en una memoria indeleble (amígdala), que provoca síntomas de rememoración, imágenes muy nítidas, flashbacks, que producen una excesiva activación fisiológica y una elevadísima respuesta de alarma o ansiedad.
Es decir, ante situaciones traumáticas se activan mecanismos de respuesta emocional que suelen incluir un procesamiento subcortical (no consciente). Se enciende un circuito cerebral (en el que participa la amígdala), que es más rápido que el circuito normal que activa la conciencia (cortical), y que tiene como fin asumir lo más rápido posible algunas funciones esenciales para la supervivencia, como es decidir qué respuesta es más adecuada a la situación de peligro (lucha, huida, paralización, pérdida de conciencia). Véase el vídeo “Amígdala vs. lóbulo frontal” en el siguiente enlace: http://www.youtube.com/watch?v=NAw8hhfNzNg.
Además, se produce un doble aprendizaje emocional. Por un lado, se graba en la amígdala el acontecimiento, de manera que no se pueda olvidar y sirva de alarma para futuros encuentros con situaciones similares. Y, por otro lado, se produce un aprendizaje asociativo de carácter aversivo que marca esta situación como tremendamente desagradable (provoca respuestas fisiológicas automáticas intensas), hasta el punto de tener que ser evitada en el futuro.
Así pues, ante las situaciones traumáticas el proceso de estrés es más complejo. Además, con mucha frecuencia (dependiendo del tipo de trauma vivido y de cómo lo vive el individuo) ocasiona un trastorno de estrés agudo, durante el primer mes posterior al acontecimiento traumático, y un trastorno de estrés postraumático, a partir del mes posterior al trauma. Se trata de sendos trastornos de ansiedad en los cuáles se van volviendo crónicos los síntomas de activación fisiológica, evitación de las situaciones relacionadas con el trauma y rememoración permanente del acontecimiento.
Existen técnicas de tratamiento eficaces para dichos trastornos, pero si no se tratan adecuadamente tienden a hacerse crónicas y a desarrollar otros trastornos comórbidos como los trastornos depresivos o el consumo de sustancias. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con muchos excombatientes que han sido desplegados o mujeres que sufrieron violación.