¿Qué son los trastornos de ansiedad?
Sabemos que las respuestas que los seres humanos solemos emitir ante situaciones de estrés inesperadas o puntuales son normales, adaptativas y positivas para nuestro rendimiento. En términos generales, el propósito del proceso de estrés consiste en dotar al individuo de mayores recursos cuando aumentan las demandas, con el objetivo de favorecer un mayor nivel de funcionamiento.
Lo que observamos es un proceso de activación a nivel de nuestros procesos cognitivos, las respuestas fisiológicas y nuestra conducta. Proceso normal que vivimos cotidianamente sin sufrir especiales consecuencias negativas, aunque no podemos mantener indefinidamente este ritmo, sino que necesitamos descansar para reponer la energía gastada. Si no descansáramos o no fuese lo suficiente y este ritmo elevado se prolonga en exceso, nos agotaríamos y comenzaríamos a sufrir consecuencias negativas cada vez más serias.
Las consecuencias negativas del estrés mantenido en el tiempo sobre la salud física son bien conocidas: cansancio muscular, agotamiento físico, mental y emocional, dificultades para dormir, preocupaciones constantes y excesivas, etc. En fin, lo que podríamos resumir en tres conjuntos de síntomas: gran malestar psicológico, alta activación fisiológica y problemas variados de conducta y rendimiento.
Estas consecuencias negativas se pueden seguir desarrollando y se sabe que el proceso de estrés llega producir también trastornos cardiovasculares, digestivos, respiratorios, dermatológicos, enfermedades infecciosas e inmunológicas, dolores de cabeza, de espalda, fatiga general, etc. Todos estos trastornos físicos de la salud tienden a cronicidad y a la comorbilidad, si no se detiene este proceso de estrés (que va en aumento, porque ahora además nos estresan nuestros problemas de salud) y no se atienden nuestras necesidades psicológicas, especialmente de tipo emocional.
Los perniciosos síntomas psicológicos que el estrés puede llegar a originar, mantener y hacer crónicos incluyen también reacciones emocionales. De entre la larga y variada lista de reacciones emocionales posibles, la tríada cognitiva negativa (ansiedad, depresión e ira) cobra especial protagonismo entre los diversos síntomas, síndromes y trastornos mentales que del estrés se derivan.
Las reacciones emocionales que al principio se desarrollan en el proceso de estrés son normales, adaptativas, de intensidad moderada, de corta duración, no implican un fuerte malestar, son manejables para el individuo y en definitiva le ayudan a afrontar mejor las situaciones que las provocan (amenaza, daño, pérdida).
La reacción de ansiedad nos pone en alerta para afrontar mejor posibles amenazas y que no se lleguen a producir resultados negativos no deseados. Así, la anticipación de una amenaza nos activa distintas posibilidades de solución, nos acelera las respuestas de nuestro organismo más adecuadas para ese posible escenario y agiliza nuestra conducta. Es lo que hemos vivido la mayoría de las veces en una situación de examen, donde los nervios nos hacen rendir más, cuando no son excesivos.
Sin embargo, un alto estado de ansiedad, cuando es excesivo, puede desorganizar nuestros procesos cognitivos, nos pueden asustar algunas respuestas fisiológicas o cognitivas, podemos perder el control sobre nuestros pensamientos o nuestra conducta. Si se mantiene demasiado tiempo, el proceso de activación puede retroalimentarse, es decir, entrar en un círculo vicioso o en una espiral creciente, donde los síntomas de un tipo (cognitivo-subjetivo, fisiológico y conductual-motor-expresivo) hacen que aumenten los otros. Al final, se pueden desarrollar trastornos de ansiedad, como ya hemos visto en otros apartados.
La importancia que le demos a lo que nos está sucediendo está relacionada con el sesgo cognitivo de interpretación de la amenaza. Cuanto más magnifiquemos los posibles resultados negativos, surgirán más respuestas de ansiedad.
Además, la atención se focaliza en la amenaza y si no la apartamos de ella, podemos pasar una buena parte de nuestro tiempo repasando dicha amenaza, sus consecuencias negativas, las dificultades para controlarla, etc. Esta actividad de rumiar los pensamientos negativos que produce el sesgo atencional, conducirá también a un aumento de respuestas de ansiedad.
Cuanto más vueltas e importancia se concede a la amenaza, más aumentan las respuestas de ansiedad o síntomas de un posible trastorno; e inversamente, cuanto mayor es la intensidad de las respuestas fisiológicas, cognitivas y conductuales de la ansiedad, mayor es la frecuencia de las distorsiones y sesgos cognitivos.
Cuanto más importancia se da a las respuestas o síntomas de ansiedad en una situación, es más probable que se evite ésta; e inversamente, cuanto más se evite, se convertirá en más importante y producirá más ansiedad, hasta hacer más probable el diagnóstico de un trastorno de ansiedad
La activación fisiológica que se produce inicialmente en las reacciones emocionales es temporal y no suele producir ningún problema. Ahora bien, en algunos individuos las respuestas fisiológicas muy intensas llegan a hacerse crónicas, es decir pueden llegar a mantenerse por un espacio excesivo de tiempo. Esto sería más probable en individuos muy nerviosos, con mucha ansiedad (alto rasgo de ansiedad), y en los que están muy estresados y desde hace tiempo. Para entender lo que sucede con una metáfora podríamos decir que tales individuos van muy acelerados todo el tiempo (incluso cuando están parados en un semáforo, si se nos permite la metáfora; por ejemplo, cuando intentan dormir y piensan en problemas, como “no me puedo dormir”), lo cual implica más gasto energético, despilfarro, dificultades para descansar, malestar, agotamiento, e incluso la posibilidad de que algo falle a largo plazo. Podríamos decir que una alta activación fisiológica, producida por situaciones que generan ansiedad, en principio no es patológica, pero si su intensidad es excesiva y crónica (se mantiene en el tiempo) puede afectar a la larga a la salud, desarrollándose disfunciones psicofisiológicas (por ejemplo de tipo cardiovascular, como las arritmias, o de tipo sexual, como la disfunción sexual eréctil) o ataques de pánico (el inicio de una psicopatología de la ansiedad).
Esta alta activación fisiológica cuando es magnificada por los procesos de valoración cognitiva y es atendida de forma predominante, durante casi todo el tiempo, tiende a incrementarse aún más dicha activación, al mismo tiempo que se va produciendo un aprendizaje cognitivo-emocional: el círculo vicioso entre errores cognitivos y activación de respuestas fisiológicas, que va incrementando la frecuencia e intensidad de éstas, lo que aumenta los sesgos. Este proceso puede acabar desarrollando ataques de pánico, que a su vez pueden estar en la base de diferentes trastornos de ansiedad, especialmente el trastorno de pánico.
Como hemos señalado, estas alteraciones de las reacciones de ansiedad se suelen producir más en periodos de mayor nivel de estrés (más problemas psicosociales, de mayor importancia para el individuo), en personas con alto rasgo de ansiedad, con carácter perfeccionista, obsesivo, y especialmente en mujeres. Estos trastornos se pueden desarrollar ya en la infancia y la adolescencia e influyen factores genéticos y ambientales. Véase el vídeo de la UNED “Problemas conductuales y emocionales en los niños: causas, prevención y tratamiento”
Véase el apartado “Trastornos de ansiedad”.