Emociones positivas y rendimiento
Las emociones, tanto positivas como negativas, tienden a poner en marcha comportamientos, que en principio se consideran adaptativos, acordes con la situación desencadenante de la reacción; por ejemplo, conductas relevantes para la supervivencia (ataque, huida, paralización) ante una situación de peligro, o respuestas adecuadas (sonrisa, enfado, voz, dinamismo, apoyo, etc.) e inmediatas ante una situación social.
Para facilitar tales comportamientos o conductas, las reacciones emocionales nos preparan (cambiando nuestro nivel de activación a nivel cognitivo, fisiológico, hormonal) y nos motivan (asociando la experiencia de placer o desagrado con dichas conductas).
Podríamos añadir que incluso a veces las reacciones emocionales nos marcan una determinada dirección en la conducta, pues por ejemplo algunas reacciones emocionales están relacionadas con incrementos de determinadas hormonas que pueden promover comportamientos, por ejemplo de tipo sexual (caso de la testosterona), de cuidado de la prole (aumento de los niveles de prolactina y oxitocina al tener un bebé), un efecto de sedación (aumento de melatonina), etc.
Se han estudiado más las relaciones entre emociones y negativas con el rendimiento que en el caso de las emociones positivas.
Se sabe que niveles muy bajos o muy altos de ansiedad pueden provocar problemas para activar o manejar nuestros procesos cognitivos, como la atención, la capacidad de concentración o la toma de decisiones, lo que puede hacer que tengamos dificultades para controlar nuestra conducta o suframos problemas de rendimiento. Mientras que niveles medios de ansiedad o activación estarían relacionados un mejor funcionamiento de las funciones ejecutivas y el rendimiento.
Hasta hace poco tiempo los estudios sobre estrés laboral y pérdida de rendimiento eran mayoritarios en el ámbito de la psicología de las organizaciones. Pero en los últimos años, se observan una serie de cambios que han ido dando lugar a un incremento de las investigaciones sobre satisfacción laboral y rendimiento.
Es algo similar a lo que ha ido sucediendo en el campo de la salud, en el que se observa un cierto movimiento desde un predominio del estudio de la enfermedad y sus aspectos negativos, hacia un incremento del estudio del bienestar físico, psicológico y social.
La prevención y promoción de la salud encuentra en ocasiones ciertos problemas cuando se basa en la información negativa, como el aumento de riesgo para el desarrollo de enfermedades. Mientras que muchas personas se motivan más para prevenir y promover conductas saludables cuando se utilizan variables motivacionales de tipo positivo, como el altruismo o las emociones positivas.
Análogamente, en otros campos como la psicología educativa o del deporte, también se observa un incremento del número de estudios que analizan la satisfacción del alumno o el deportista y sus relaciones con el rendimiento.
En general, en todos estos campos se encuentra que el afecto positivo del tipo de la satisfacción, tiende a producir bienestar subjetivo, una activación fisiológica de nivel medio que es compatible con un buen funcionamiento cognitivo, una alta motivación para desarrollar tareas productivas, y en consecuencia un buen rendimiento.
Otros tipos de afecto positivo, bien porque generen una activación fisiológica excesivamente alta o baja, bien porque generen anhedonia o falta de motivación, no favorecerían el incremento del rendimiento.
El desarrollo de fortalezas como la curiosidad, el interés por el conocimiento, la persistencia, la vitalidad, el compromiso, la bondad o la inteligencia emocional, ayudaría sin duda a conseguir mejor rendimiento y crecimiento personal. Estas fortalezas se pueden aprender, por lo que se puede entrenar el aumento del rendimiento por esta vía, que además de conseguir esta mejora, promocionaría el bienestar personal y un buen clima social en la organización.
Diversas investigaciones han mostrado, por un lado, que los alumnos y trabajadores con mayor éxito académico o profesional poseen mejores niveles de competencias socio-emocionales y fortalezas. Por otro, cómo se vinculan ciertos estados emocionales negativos, como la depresión, y la baja adaptación social con un rendimiento académico y profesional deficientes.
Así mismo, los resultados de la investigación demuestran que la aplicación de algunos programas para el desarrollo de estas competencias, como la inteligencia emocional, incrementan no sólo el proceso de aprendizaje y el éxito académico o profesional de los participantes, sino que también favorecen la integración social de los mismos y, con ello, ejercen una función preventiva ante otros factores de riesgo, tales como el absentismo, el abandono escolar, la violencia, el acoso, el desempleo o el escaso desarrollo laboral.
La gestión adecuada de las emociones por parte de los miembros de la organización es una de las mejores vías a través de las cuales las personas influyen en el rendimiento laboral. En concreto, varios estudios han mostrado que la percepción, comprensión y manejo de las emociones de las personas que integran la organización es una de las piezas clave para comprender los cambios que se producen en el rendimiento y la productividad.
La comunicación y la expresión adecuada de las emociones dentro de la organización es una garantía de un buen ajuste socioemocional del grupo. En cambio, las organizaciones en las que tanto la estructura burocrática explícita como los canales informales de comunicación impiden e, incluso, reprimen las reacciones emocionales o que sus integrantes compartan sus emociones y sentimientos generan a largo plazo un clima emocional negativo y rígido, que tiende a un bajo rendimiento.
Existe una correlación positiva entre inteligencia emocional (por ejemplo, la capacidad para reconocer, comprender y manejar las emociones) y el rendimiento laboral en diferentes ámbitos laborales. Tanto si mide éste de manera autoinformada, como si evalúa con criterios objetivos, las personas con mejor manejo de sus emociones o mayor inteligencia emocional muestran un mejor rendimiento.
Además, la inteligencia emocional ayuda a compensar una menor inteligencia cognitiva (la que evalúan los tests de inteligencia), pues se ha encontrado que los trabajadores con baja inteligencia cognitiva evaluada por las pruebas tradicionales tienen un rendimiento laboral adecuado y un comportamiento organizacional positivo si son inteligentes emocionalmente.
Y, por último, existen una serie de beneficios colaterales para las personas con mayor inteligencia emocional. Así, por ejemplo, se ha comprobado que el entrenamiento en inteligencia emocional no sólo ayuda a manejar mejor las emociones y mejorar la capacidad de negociación, sino que ayuda a que el otro negociador se sienta mejor con el resultado, independientemente de cual haya sido éste.