Emociones y adaptación
Tanto el hombre como otras especies poseemos una serie de capacidades que nos permiten reaccionar de una forma adecuada ante determinadas situaciones relevantes para la adaptación al medio o para la supervivencia: lucha, huida, paralización, alerta, vinculación, etc. Un ejemplo claro es la reacción emocional de miedo que se produce automáticamente ante las situaciones de peligro para nuestra vida, reacción que suele ser considerada como universal y adaptativa (pues tiende a alejarnos del peligro o a ayudarnos a afrontarlo en mejores condiciones). Igualmente, los niños o los cachorros muestran gran interés por lo desconocido, lo que les ayuda a explorar el entorno. De forma análoga, atender las amenazas sociales y las emergencias de forma inmediata, evitar el daño, vomitar sustancias dañinas, desarrollar y mantener relaciones con otros individuos, reproducirse, recibir cuidados y darlos, son reacciones y conductas de tipo emocional, en las que cada una facilita la adaptación del individuo al medio.
Todos los seres humanos tenemos la capacidad de reaccionar emocionalmente ante determinadas situaciones: con alegría ante el éxito, tristeza en las pérdidas, miedo si trata de un peligro físico, ansiedad ante la amenaza de ocurra un resultado no deseado, o enfado ante el daño producido por la acción u omisión de otros. Esta tendencia a reaccionar de manera similar ante las mismas situaciones por parte de los individuos de todas las culturas hace pensar en el valor adaptativo de dichas reacciones. Darwin estaba interesado en las expresiones emocionales porque pensaba que constituían un testimonio concluyente de que los humanos habían descendido de otros animales. Sus seguidores subrayaron el papel funcional-adaptativo de las emociones.
Si no reaccionásemos con miedo ante el peligro físico, tendríamos más dificultades para sobrevivir cuando nuestra vida está en riesgo. Si no fuésemos capaces de enfadarnos cuando alguien nos ha hecho daño o no ha tenido en cuenta nuestros intereses, estaríamos mal adaptados a la vida social en grupo, siendo seres sociales que necesitamos vivir en grupo y unir nuestras fuerzas con las de otros individuos. Si no anticipásemos con antelación y preocupación la posibilidad de que ocurra un resultado negativo, como suspender un examen, si no lo estudiamos previamente; si no nos pusiésemos ansiosos, en alerta, ante este tipo de amenazas, sería más difícil poner en marcha las conductas que nos pueden ayudar a corregir o evitar el resultado negativo y obtener un resultado positivo.
La reacción de miedo ante una situación en la que está en juego la propia vida implica una serie de respuestas (temor, aumento de la tensión muscular, o de tasa cardiaca, evitación, expresión facial de miedo, etc.) que nos ayudan a preservar la integridad física. La reacción de ansiedad ante una situación de amenaza social hace que anticipemos un posible resultado negativo (suspender un examen, quedar mal al hablar ante un público), nos pongamos en alerta y nos activemos para tratar de gestionar nuestros recursos lo mejor posible y podamos obtener un mejor resultado. El enamoramiento nos vincula fuertemente con personas que previamente eran extraños para nosotros (e incluso potenciales enemigos) y que posteriormente forman parte importante de nuestra vida, pues nos ayudan a satisfacer necesidades muy importantes de afecto, cariño, protección, sexualidad, reproducción, alimentación, defensa, etc.
Sin embargo, algunas reacciones emocionales tienen un carácter extraordinario y suponen un gasto importante de recursos, por lo que durante esos estados emocionales se ven aplazados otros procesos que no son esenciales para la supervivencia en ese momento. Por ello, las reacciones emocionales intensas, frecuentes y mantenidas en el tiempo pueden provocar disfunciones físicas (exceso de activación fisiológica) y mentales (dificultades para concentrarse), alterando algunos procesos relacionados con la salud, como la digestión, la reproducción o el mantenimiento y regeneración de células y tejidos.