Estrés y activación
Ante las demandas de una situación se estimula el organismo y se inicia un proceso de activación, que permite que éste alcance su objetivo, volviendo a la "normalidad" cuando el estímulo ha cesado.
El proceso de estrés produce la activación del eje hipofisosuprarrenal y del sistema nervioso autónomo.
El eje hipofisosuprarrenal (HSP) está compuesto por el hipotálamo, que es una estructura nerviosa situada en la base del cerebro que actúa de enlace entre el sistema endocrino y el sistema nervioso, la hipófisis, una glándula situada asimismo en la base del cerebro, y las glándulas suprarrenales, que se encuentran sobre el polo superior de cada uno de los riñones y que están compuestas por la corteza y la médula.
El sistema nervioso autónomo (SNA) es el conjunto de estructuras nerviosas que se encarga de regular el funcionamiento de los órganos internos y controla (activa y desactiva) algunas de sus funciones de manera involuntaria e inconsciente.
Ambos sistemas producen la liberación de hormonas, sustancias elaboradas en las glándulas que, transportadas a través de la sangre, excitan, inhiben o regulan la actividad de los órganos (actividad cardiaca, digestiva, etc.).
Cualquier situación que reconocemos como estresante (proceso cognitivo, en el que valoramos que no tenemos recursos suficientes para atender las demandas de la situación) envía señales desde la corteza cerebral al hipotálamo y, vía el sistema nervioso autónomo, a la médula de las glándulas suprarrenales, que responden liberando catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), que son las llamadas hormonas del estrés; estas hormonas movilizan nuestro cuerpo (por ejemplo, disminuir la activad de algunas vísceras, aumentar la de otras, aumentar la tensión de los músculos, etc.) y nos preparan para luchar o huir, o atender otras demandas.
Cuando se mantiene la presión, se entra en el estado de resistencia, y las personas empiezan a tener una sensación de disconfort (tensión muscular, palpitaciones, etc.).
Si continúa el estresor, se llega al estado de agotamiento, con posibles alteraciones funcionales y/u orgánicas: son las llamadas "enfermedades de adaptación“.
Estos síntomas suelen ser percibidos como negativos por las personas y tienden a producir preocupación (ansiedad) en algunos casos, lo que a su vez agrava los síntomas de activación y así puede llegar a crearse un círculo vicioso.
Así pues, a veces el estrés se asocia con una reacción emocional de ansiedad, debido a diferentes causas: bien porque asustan los síntomas, bien porque si no se pueden atender las demandas del medio (a pesar del proceso de activación producido por el estrés), podría haber consecuencias negativas (amenazantes) para el individuo, etc.
A su vez, el exceso de activación y el temor a una posible amenaza también tienden a favorecer la irritabilidad y la probabilidad de que surjan reacciones de ira, otra reacción emocional que se asocia con frecuencia al estrés.
Además, si este conjunto de reacciones emocionales y de estrés se prolonga excesivamente y la persona no le ve salida a sus problemas (que van creciendo como una bola de nieve que rueda montaña abajo), el individuo puede finalmente tender a disminuir su estado de ánimo y aumentar las reacciones de tristeza-depresión.
En definitiva, el estrés a veces se asocia con reacciones emocionales negativas de ansiedad (principalmente), aunque también a veces de ira y, en el caso estrés crónico, con tristeza-depresión (menos frecuentemente).
Al margen de las reacciones emocionales negativas, el proceso de estrés en un primer momento se caracteriza por un cierto grado de elevación de la actividad de diferentes sistemas: Sistema Nervioso Autónomo, Sistema Somático, Sistema Nervioso Central, Sistema Endrocrino, etc. Este estado de activación resulta adaptativo pues pone en marcha los recursos que son necesarios para atender las demandas del medio, aumentando la alerta cognitiva, la tensión muscular, los suministros de glucosa y oxígeno, etc. Véase el vídeo “Amígdala vs. lóbulo frontal” en el siguiente enlace:
http://www.youtube.com/watch?v=NAw8hhfNzNg
Sin embargo, este estado de activación no se puede mantener indefinidamente, pues tiende a producir disfunciones en los órganos que están demasiado activados o no descansan (por ejemplo, taquicardia, arritmia), así como agotamiento de recursos (falta de concentración, falta de alerta, etc.).
Veamos estos dos momentos diferentes de la reacción de estrés (fase inicial y fase avanzada) a nivel de la activación de los procesos cognitivos. En la fase inicial del proceso de estrés, la puesta en marcha del proceso da lugar a una actividad cognitiva mucho más ágil. Cuando comenzamos a activarnos, las ideas están más claras, el objetivo se dibuja con precisión y se disparan los pensamientos y procesos cognitivos para alcanzarlo. Es lo que vulgarmente se conoce como ponerse en alerta, estar lúcido, o estar inspirado, y permite que se pueda trabajar durante horas de manera eficaz, encontrando rápidas soluciones a los problemas que van surgiendo.
Sin embargo, si mantenemos este ritmo durante mucho tiempo, llega un momento en que el funcionamiento óptimo se pierde (fase avanzada). La capacidad de concentración se agota, entre otras cosas, porque en este momento se piensa más en las sensaciones y los problemas que está acarreando la tensión que en la tarea que se está realizando. Una vez que se produce este sesgo atencional (pensar más en las sensaciones de la ansiedad que en la tarea) surgen emociones negativas, especialmente más ansiedad, pero pueden aparecer otras como la tristeza, la ira, la culpa o la vergüenza, además de caer en la pérdida de rendimiento. Esta persona podrá observar que está muy estresada, nerviosa y agotada. También es posible que se muestre muy irritable, discutiendo con las personas que le rodean. En resumen: en la fase final del estrés encontramos demasiada actividad cognitiva como para poder organizarla. Además, se trata de demasiada actividad cognitiva centrada en la ansiedad, en la activación y en los problemas, que produce más síntomas.
Veamos también ambas fases del proceso de estrés a nivel muscular. En la fase inicial del proceso de estrés los músculos se tensan para estar preparados por si tienen que realizar las tareas con más energía, o de manera más rápida.
Ahora bien, cuando la tensión se mantiene durante un prolongado espacio de tiempo, las sensaciones musculares se van haciendo cada vez más desagradables, es más probable que aparezcan temblores, se corre el riesgo de sufrir una sobrecarga muscular, llega el dolor y, si no se atiende esta señal –por falta de tiempo o de atención, por ejemplo-, acaban desarrollándose contracturas, que suponen roturas de fibras musculares. La contractura produce más dolor, inflamación y hasta posible pinzamiento de nervios, que puede acarrear pérdida de funciones motoras o de la conciencia, entre otros trastornos. Como consecuencia se produce un agotamiento físico que nos impide trabajar con eficacia.
De acuerdo con los trabajos del biólogo Selye, que incorporó el terminó estrés desde la arquitectura a las ciencias de la salud, el proceso de activación pasa por tres fases (alarma, resistencia y agotamiento) y lo denominó síndrome general de adaptación. De acuerdo con sus observaciones y experimentos, los seres vivos nos adaptamos a la presión de manera que los distintos sistemas fisiológicos inicialmente aumentan considerablemente su actividad (fase de alarma), posteriormente en la segunda fase mantienen un menor nivel de activación, pero por encima del normal (fase de resistencia), y finalmente, la activación cae por debajo del nivel básico (fase de agotamiento). La fase de alarma es necesariamente corta, la de resistencia puede prolongarse bastante más tiempo y la de agotamiento se produce cuando se ha conseguido el objetivo y/o se han agotado en exceso los recursos. Véase la figura en la que se ilustra el síndrome general de activación y sus tres fases.