Estrés y afrontamiento
Llamamos afrontamiento a las actividades, tanto cognitivas como conductuales, que podemos realizar para reducir el impacto de la situación estresante, es decir de la situación que nos desborda porque no tenemos suficientes recursos para atender sus demandas. Por lo tanto, cabe hablar de afrontamiento cognitivo y afrontamiento conductual, en una primera clasificación. De acuerdo con otra, el afrontamiento puede ir dirigido a afrontar el problema que plantea la situación estresante, o bien ir dirigido a reducir los síntomas del estrés (activación fisiológica, reacciones emocionales, etc.).
El afrontamiento consiste en la actividad cognitiva (por ejemplo, revaloración cognitiva de las demandas de la situación, toma de decisiones) y conductual (los comportamientos) que pone en marcha el individuo para tratar de atender las demandas de ambiente y autorregular su estado emocional y de activación.
El estrés psicológico puede ser entendido como una relación particular entre el individuo y su entorno, que es evaluado por el propio sujeto como desbordante de sus recursos y que pone en peligro su bienestar. En este sentido, según el modelo interactivo del estrés de Lazarus, cada persona puede responder de forma muy diferente ante una misma situación. En primer lugar, puede valorar que esta situación le desborda o no (valoración primaria), en función de su historia (por ejemplo si ha vivido situaciones similares y cómo resultaron), sus características personales (valores, implicación, personalidad), sus características cognitivas (cómo valora la situación, estresante o no), su estilo de afrontamiento (activo, pasivo, evitativo) y sus recursos de afrontamiento (si considera que son suficientes o no).
De acuerdo con este modelo interactivo o transaccional del estrés, tras la valoración primaria de la situación (sobre las demandas) se realiza una valoración secundaria sobre los recursos. Si la valoración cognitiva realizada sobre los recursos de afrontamiento que se poseen arroja como resultado que sí se poseen recursos suficientes para atender las demandas de la situación, entonces el proceso de activación tenderá a aflojar, disminuyendo la tasa de respuesta y volviendo a la calma o estado de reposo.
Si por el contrario, el individuo considera que no es capaz de reducir la magnitud de las consecuencias desbordantes, e incluso se incrementan porque ahora comienzan a preocuparle los síntomas que tiene (valora de manera amenazante sus síntomas: no duerme, no se recupera, está agotado, está tan activado que se asusta, comienzan a aparecer síntomas físicos y psicológicos que desconoce y magnifica, etc.), o sobrevienen nuevos problemas, o se prolongan demasiado tiempo, entonces los síntomas de estrés se irán incrementando, aumentará la ansiedad y además pueden aparecer nuevos síntomas e incluso problemas de salud física y de salud mental. Por ejemplo, pueden aparecer problemas digestivos, cardiovasculares, dolor crónico, etc., o bien crisis de ansiedad (ataques de pánico) u otros trastornos de ansiedad, a los que se pueden ir sumando con el tiempo problemas del estado de ánimo (depresiones) u otros problemas de salud mental.
Por lo tanto, el estrés es un proceso normal que vivimos cotidianamente y nos ayuda a afrontar las demandas del entorno, sin que ello implique tener problema alguno con él. Sería mayor problema no poseer esta capacidad de respuesta, o de adaptación. Sólo hay problemas con el estrés cuando es demasiado intenso, frecuente, o continuado, y supera nuestra capacidad de recuperación. Sin embargo, la mayoría de las veces, cuando hablamos de estrés es para referirnos a sus consecuencias negativas, como las que acabamos de mencionar. Así, en el lenguaje de la calle ha llegado a convertirse en algo negativo, cuando su verdadera naturaleza no es maligna.
De manera cotidiana debemos afrontar múltiples problemas en nuestro trabajo, o los estudios, así como en los distintos ámbitos de nuestra actividad (familiar, social, económica, ocio, etc.). En general, el estrés nos ayuda a conseguir afrontar mejor todos esos problemas, pues pone en marcha nuestros recursos.
Se considera que suele mejor el afrontamiento activo que el pasivo o el evitativo, así como el afrontamiento centrado en la solución del problema que el centrado en la reducción de los síntomas del estrés y emocionales. Lógicamente, estas dos reglas generales sobre el mejor tipo de afrontamiento habrá que analizarlas y matizarlas en algunos casos concretos.
La investigación sobre afrontamiento de problemas de salud graves, por ejemplo, ha demostrado que es mejor que mantengamos un afrontamiento activo y dirigido a la solución del problema: búsqueda de información sobre la enfermedad, búsqueda de un buen especialista, contrastación con otro especialista del diagnóstico, pronóstico y tratamiento, desarrollo de un proceso de decisión guiado a tomar la opción menos mala (en lugar de bloquearse y no decidir), revaloración cognitiva del problema (no ponerse en lo peor, sino desarrollar una esperanza razonable dirigida a hacer bien lo que dependa de nosotros mismos), seguimiento fiel de las prescripciones de los especialistas que nos tratan, promoción de expectativas positivas de resultado, etc. Pero en los momentos en los que no podemos hacer nada es mejor disminuir el afrontamiento activo (cognitivo y conductual) y dejar de darle vueltas al problema o de hacer cosas que no ayudan a resolverlo, pues todo ese gasto de recursos sería inútil y podría producir agotamiento y emociones negativas.