Emociones y salud física
Aunque la activación fisiológica y el malestar psicológico producidos por las reacciones emocionales negativas se consideran respuestas adaptativas ante las situaciones que las provocan (peligro físico, amenaza, daño, pérdida, etc.), resulta difícil mantener tal estado de alerta y malestar a lo largo del tiempo, sin que surjan por ejemplo disfunciones en los sistemas físicos que están sobreactivados,
Cada persona tiende a ser más o menos reactiva en un determinado sistema o en una respuesta concreta del sistema. Así, por ejemplo, algunas personas cuando están nerviososas durante un cierto tiempo tienden a desarrollar tensión muscular (sistema somático), contracturas musculares en hombros y dolores de cabeza tensionales (cefaleas asociadas a la tensión de los músculos frontales), mientras que otras personas casi nunca desarrollan contracturas musculares ni les duele la cabeza, pero en similares circunstancias tienden a desarrollar problemas digestivos, alérgicos o cardiovasculares.
Parece que esta especialización o tendencia de los individuos a activar más un tipo de respuesta (a la que se suele llamar diana) es en buena medida genética y tendemos a exhibirla a edades tempranas; sin embargo, también se puede aprender y "perfeccionar", prestando más atención, dando más importancia e incluso pretendiendo controlar voluntariamente tal respuesta fisiológica (sobre la que no tenemos control voluntario, pues está regulada por el sistema nervioso autónomo). Por ejemplo, algunas personas tienen más facilidad para sudar que otras, por lo que, cuando se encuentran en situaciones que producen ansiedad, tienden a sudar más. Si a alguna de estas personas le molesta su sudor, presta más atención al mismo y termina magnificando esta circunstancia, estará tendiendo a desarrollar mayor "habilidad" para sudar cada vez más en tales situaciones, aunque lo que pretendía era justo lo contrario.
En principio los síntomas físicos (como aceleración cardiaca, palpitaciones, o tensión muscular) son las primeras manifestaciones que experimentan muchas personas tras estar sometidas a altos niveles de ansiedad y activación fisiológica.
Si las situaciones que provocan la ansiedad se mantienen a lo largo del tiempo (por ejemplo, en la actividad laboral se tiene una importante responsabilidad o se está siendo evaluado de forma casi permanente), esos síntomas físicos, característicos de cada individuo, pueden llegar a constituirse en somatizaciones, como el dolor de cabeza, dolor de hombros o espalda, fatiga crónica, molestias digestivas, etc. Muchas personas que acuden a la consulta de su médico de Atención Primaria presentan varias somatizaciones. Así, casi un 30% de los pacientes españoles que acuden a Atención Primaria declara haber sufrido tres o más síntomas físicos sin base orgánica en las últimas dos semanas. Estos síntomas son acumulativos, tienden a cronificarse (2 de cada 3 personas los presentan desde hace más de 6 meses) y su acumulación está relacionada con ansiedad, así como con peor salud
A veces, las situaciones que provocan la ansiedad no se han prolongado en el tiempo y sin embargo surgen somatizaciones, bien porque la persona dedica mucho tiempo a pensar en ellas (sesgos cognitivos), bien porque fueron muy fuertes y provocaron síntomas muy intensos que se vienen repitiendo desde entonces, como si se hubieran condicionado (condicionamiento clásico de respuestas fisiológicas inervadas por el sistema nervioso autónomo) y hubiesen adquirido una cierta autonomía (en contra de la propia voluntad).
En ocasiones nos encontramos con que una persona ha desarrollado un trastorno mental y además experimenta algunas somatizaciones, pues existe una fuerte relación entre enfermedad mental y física. Por un lado, los síntomas físicos que no tienen una explicación biológica, cuando existen ciertas distorsiones cognitivas, pueden ser un trastorno mental por somatización según la DSM-IV. Entre los trastornos somatomorfos, encontramos el de somatización, hipocondría, trastorno por dolor, trastorno de conversión, dismórfico corporal, o somatomorfo indiferenciado. Por otro lado, en la misma clasificación (DSM-IV) encontramos los factores psicológicos que afectan a enfermedad médica, como por ejemplo síntomas emocionales (ansiedad y depresión) que exacerban una crisis de asma, o respuesta fisiológica relacionada con estrés que afecta a úlcera digestiva.
En la investigación científica encontramos con frecuencia comorbilidad entre trastornos mentales y físicos. Por ejemplo, las personas que tienen diabetes presentan un riesgo relativo de 1,15 para sufrir depresión (hay un 15% más de personas deprimidas con diabetes que sin diabetes). A su vez, las personas que tienen depresión presentan un riesgo relativo de 1,60 para sufrir diabetes tipo II (hay un 60% más de personas con diabetes entre los deprimidos que entre las personas sin depresión).
La comorbilidad múltiple de trastornos mentales multiplica la probabilidad de desarrollar enfermedades físicas. Así, por ejemplo, las personas con un trastorno comórbido de ansiedad y depresión multiplican por 2,7 la probabilidad de tener úlcera.
Existen una serie de enfermedades físicas que están especialmente relacionadas con emociones y desórdenes emocionales. En ocasiones se les llama trastornos psicofisiológicos y los más importantes son los siguientes: algunos trastornos cardiovasculares (hipertensión, arritmia, infarto, enfermedad coronaria), ciertos trastornos digestivos (como el trastorno por intestino irritable, o las úlceras), algunos de tipo respiratorio (el asma y las alergias), algunas dermatitis (como soriasis, acné, eccema), otros trastornos relacionados con activación fisiológica (cefaleas, dolor crónico, infertilidad).
En todos estos casos encontramos que los pacientes con estos problemas físicos de salud presentan elevados niveles de emocionalidad negativa, especialmente ansiedad, ira y tristeza-depresión. Existe una relación dosis-efecto entre los niveles de emocionalidad negativa y los síntomas de la enfermedad física, de manera que cuando aumenta la ansiedad, la ira o la depresión empeoran los síntomas físicos (la hipertensión, la arritmia, los problemas digestivos, dermatológicos, etc.). El tratamiento psicológico con técnicas cognitivo-conductuales (reestructuración cognitiva, relajación, cambios de estilo de vida) de este elevado nivel de síntomas emocionales no sólo disminuye el malestar psicológico y la activación fisiológica, propios de las emociones negativas, sino que mejora el curso de estas enfermedades físicas; por ejemplo, disminuye la hipertensión, permite la retirada del tratamiento farmacológico antihipertensivo (que tiene efectos secundarios, como la disfunción eréctil) y se mantiene la presión arterial en niveles controlados, a pesar de la retirada del tratamiento farmacológico.
En general en estos trastornos psicofisiológicos se daría una disfunción de un sistema orgánico que está trabajando en exceso y mantiene esta actividad demasiado tiempo. A su vez, el padecimiento del trastorno físico suele producir más ansiedad y, por lo tanto, un aumento de la actividad de ese sistema, aumentando así la probabilidad de desarrollar y mantener un mayor grado de disfunción orgánica. Si sólo se atienden los síntomas de la enfermedad física, con tratamiento farmacológico, y no se entrena al paciente para que aprenda a manejar sus emociones, la alta activación fisiológica emocional tendería a producir recaídas en la enfermedad física.
Una excesiva activación fisiológica mantenida durante mucho tiempo también tiende a producir una disminución de las defensas del sistema inmune. Algunos trastornos relacionados con este sistema podrían empeorar su curso durante periodos de elevada ansiedad y activación fisiológica, mientras que mejorarían cuando el paciente puede hacer un buen uso del manejo de sus emociones negativas y disfruta del bienestar que proporcionan las experiencias emocionales positivas. Podría verse afectada negativamente, por ejemplo, la evolución del cáncer, del lupus o de las alergias, entre otras enfermedades inmunológicas, si se producen periodos prolongados de alta emocionalidad negativa. Mientras que un mejor estado emocional, permitiría al sistema inmune recuperarse y ayudar a mejorar el curso de la enfermedad física.
A su vez, esta caída de las defensas del sistema inmune (inmunosupresión) nos puede volver más vulnerables ante los virus oportunistas, como el del herpes labial, que están en contacto con nuestro organismo y aprovechan este momento de debilidad para atacarnos. Así, algunas personas tienden a desarrollar la calentura típica del herpes labial ante acontecimientos emocionales negativos. Entre las enfermedades infecciosas a las que podemos ser más vulnerables cuando nuestro sistema inmune está agotado, tenemos la gripe, el herpes, la candidiasis (hongos), etc.