Emociones y conducta
Una de las funciones de las reacciones emocionales consiste en que nos preparan para la acción (por ejemplo, activándonos). Además nos motivan para poner en marcha o no conductas (así como a acercarnos o a alejarnos de unas situaciones u otras) dependiendo de si generan bienestar o malestar emocional, respectivamente.
Es decir, las emociones tienden a poner en marcha comportamientos, que en principio se consideran adaptativos, acordes con la situación desencadenante de la reacción; por ejemplo, conductas relevantes para la supervivencia (ataque, huida, paralización) ante una situación de peligro, o respuestas adecuadas (sonrisa, enfado, voz, dinamismo, etc.) e inmediatas ante una situación social. Para facilitar tales comportamientos o conductas, las reacciones emocionales nos preparan (cambiando nuestro nivel de activación a nivel cognitivo, fisiológico, hormonal) y nos motivan (asociando placer o desagrado con dichas conductas).
Podríamos añadir que incluso a veces las reacciones emocionales nos marcan una determinada dirección en la conducta, pues por ejemplo algunas reacciones emocionales están relacionadas con incrementos de determinadas hormonas que pueden promover comportamientos de tipo sexual (caso de la testosterona), de cuidado de la prole (aumento de los niveles de prolactina y oxitocina al tener un bebé), un efecto de sedación (aumento de melatonina), etc.
En nuestra vida cotidiana la ansiedad está presente de manera natural en muchas situaciones ordinarias. No podríamos sobrevivir seguramente sin la ansiedad. Necesitamos dar la importancia que merece a cada situación, siendo conveniente "pre-ocuparnos" (estar en alerta) en algunas ocasiones (aunque sólo sea pensando), antes de "ocuparnos" (antes de que ocurra algo), si queremos tratar de evitar un resultado negativo que sería desagradable. Para saber cuán importante es la situación que tenemos que afrontar, realizamos valoraciones cognitivas de distintos aspectos de la situación, como la consideración de posibles consecuencias negativas, probabilidad de que ocurran, o de nuestras posibilidades de afrontamiento. Mientras realizamos esta actividad cognitiva, nos activamos a nivel cognitivo-fisiológico (alerta cognitiva y activación fisiológica) y, por lo general, nos preparamos para actuar de una manera más dinámica y que permita un mejor resultado, evitando el malestar.
La reacción intensa o aguda de ansiedad no siempre es patológica, sino que en la mayor parte de las ocasiones puede ser muy adaptativa. En general la reacción de ansiedad será adaptativa ante situaciones en las que tenemos que movilizar una gran cantidad de recursos a nivel cognitivo (si la situación que la provoca requiere una fuerte reacción de alarma que nos despierte, nos prepare para pensar más deprisa, o si nos exige una gran concentración en una tarea para la que se necesitan muchos recursos cognitivos, como un gran nivel de atención), a nivel fisiológico (si se requieren recursos energéticos que implican una gran activación fisiológica, porque necesitamos tensar más los músculos, bombear más sangre, más oxígeno, etc.) y a nivel motor (si la situación en la que se produce la ansiedad requiere una fuerte reacción de alarma que nos prepare para la acción, de manera que podamos desarrollar una conducta más ágil y rápida).
Las personas que son más nerviosas son también personas más ágiles, más rápidas, que las personas más tranquilas (con menores niveles de ansiedad). Actuar de una manera más ágil puede ser positivo en muchas situaciones amenazantes, pero no siempre. Por ejemplo, sí es bueno este tipo de conducta cuando tenemos prisa para realizar tareas manuales sencillas; pero no es bueno en situaciones que requieren, calma, reflexión, precisión y poner en marcha conductas complejas.
De hecho, a veces, la ansiedad puede llegar a ser un inconveniente, pues más que ayudar a afrontar mejor la situación (por ejemplo, hablar en público), puede estar interfiriendo en la misma (podemos bloqueamos). Un exceso de ansiedad puede provocar problemas para manejar nuestros procesos cognitivos, como la atención, la capacidad de concentración o la toma de decisiones, lo que puede hacer que tengamos dificultades para controlar nuestra conducta o suframos problemas de rendimiento.
La reacción de tristeza tras una pérdida importante nos desactiva, nos sume en un estado de ánimo bajo, en el que perdemos la motivación para actuar, nos resulta muy difícil mantener el nivel de actividad, y sufrimos con frecuencia llanto incontrolable y la expresión facial de tristeza. Esta reacción emocional es apropiada durante el duelo para contemplar y elaborar la pérdida, para mostrar el vínculo importante con nos unía, y también para atraer la empatía de las personas del grupo social, que nos ofrecerán su apoyo. Sin embargo, más allá de unos pocos meses, esta reacción ya no sería apropiada, sino que estaríamos entrando en una depresión.
Los grupos sociales como la familia, la nación o un equipo de futbol cultivan valores prosociales en favor del grupo, promueven el desarrollo de experiencias emocionales positivas ante los éxitos del grupo (euforia) y emociones negativas ante las amenazas externas (temor, ira, rabia), enseñan a los individuos a desarrollar actitudes y conductas positivas a favor de la pertenencia al grupo (manifestar y experimentar orgullo, luchar por los intereses del grupo) y negativas hacia los rivales o enemigos (mostrar y expresar desprecio, luchar contra ellos). Así pues las emociones pueden cumplir una serie de funciones para facilitar la cohesión de grupo, la adhesión de los miembros al mismo, su defensa, su identidad como miembro o el establecimiento de vínculos entre los individuos. El hombre es un ser social que necesita adaptarse al medio formando grupos de individuos que comparten objetivos y unen esfuerzos. Algunas emociones pueden facilitar la creación, mantenimiento de los grupos y el establecimiento de lazos entre los individuos. Estas emociones tienden a promover conductas prosociales, de adhesión, expresión de identidad y defensa del grupo.
En el mundo de la comunicación, la publicidad y el marketing se estudian y utilizan las emociones con el fin de generar una buena imagen (de marca, de empresa, de un producto) y favorecer la conducta de compra. El neuromarketing es una nueva línea de investigación que utiliza los avances de la psicología de las emociones y otras neurociencias para estudiar las relaciones entre cambios cognitivos, neurofisiológicos y conductuales en su aplicación a los estudios de mercado.
En el mundo laboral o del deporte, entre otros, se estudian las relaciones entre emociones y rendimiento, con el fin de entrenar a los individuos en el desarrollo de estados emocionales que ayuden a mejorar el rendimiento, procurando su bienestar.