¿Qué es la tristeza?
La tristeza es una reacción emocional que surge cuando perdemos algo importante, por lo que sentíamos un cierto apego, como una relación significativa, parte de nuestro bienestar (físico, psicológico o social) o la muerte de un ser querido. La intensidad de esta reacción emocional depende de cuánto valoremos la pérdida.
La expresión de la tristeza en los animales ya fue descrita en 1872 por Charles Darwin en su libro “La expresión de las emociones en el hombre y en los animales” para defender su tesis evolucionista de que el hombre comparte una serie de funciones con otras especies, aunque ha mejorado en la escala evolutiva. Así, la tristeza se observa también en otras especies, pero está más desarrollada en el hombre.
El hombre, al igual que otras especies, es un ser social que construye su supervivencia y mejora su adaptación al medio creando grupos sociales y relaciones de apego entre las personas más significativas. Estas actividades están reguladas por distintas emociones y afectos, como el enamoramiento (que nos vincula con otro miembro del grupo, pasando de ser un extraño a una figura esencial de nuestro apego) o la tristeza (que nos hace sufrir tras la pérdida, provoca empatía en los otros, o plantea una reorientación de nuestra vida).
El etólogo Konrad Lorenz ha descrito la expresión de la pérdida de la pareja en una oca: intento ansioso de encontrarlo de nuevo, inquietud, llamadas a la pareja perdida, búsquedas desesperadas por encontrar el objeto perdido, etc.
En cualquier sociedad estudiada de cualquier parte del mundo se produce un intento casi universal por recuperar el objeto perdido y/o existe la creencia de una vida después de la muerte, donde uno se puede volver a reunir con el ser querido.
Como reacción emocional, la tristeza tiende a ser un estado más prolongado en el tiempo (llega a ser un sentimiento, un estado de ánimo, duraderos) que el que se genera en otras emociones, más situacionales como el miedo (cuando cesa el peligro suele desaparecer la reacción de miedo). Probablemente porque se requiere más tiempo para habituarse a la pérdida sufrida (que suele ser irreversible), que para readaptarse a la normalidad cuando ha cesado el peligro. Tras la pérdida, viene un periodo de duelo o readaptación, durante el cual habrá muchas manifestaciones de tristeza.
El periodo de duelo se considera un periodo normal de restablecimiento ante la pérdida. El duelo es un proceso en el que se elabora la pérdida, se ve la vida de otra manera, cambian los sentimientos, el humor, el comportamiento, etc., que están marcados por la pérdida. Al final del duelo habrá una vuelta a la normalidad. Pero hay manifestaciones de duelo normal y duelos que se complican, pudiendo terminar en un trastorno emocional del estado de ánimo, el trastorno depresivo mayor.
Por lo tanto, cabe concluir que el duelo es un proceso, no un estado, que se inicia con la pérdida del ser querido o de una relación importante o de nuestro bienestar. A lo largo de este proceso se producen múltiples reacciones de tristeza que se pueden evocar por un recuerdo, una conversación o cualquier estímulo asociado con la pérdida.
Seguramente la tristeza sirve para ahorrar recursos, dar más significación a la pérdida, vincularnos más con lo que se ha perdido, dándole aún más importancia, pero también sirve para que las personas de nuestro grupo se sientan más atraídas por empatía con la persona que sufre, para así ayudarla y volver a vincularla al grupo con nuevas emociones y afectos. También es probable que sirva para replantearse las prioridades de la vida, haciendo tabula rasa con lo vivido hasta ese momento y plantear la posibilidad de hacer cambios sustanciales en nuestros objetivos.
Los seres humanos desarrollamos importantes relaciones de apego a las personas más significativas de nuestro entorno. La teoría del apego conceptualiza la propensión humana para crear vínculos afectivos que sirven para dar un sentido de seguridad emocional y regular el sufrimiento durante toda la vida.
La relación de apego, por ejemplo, la establece una madre con su bebé desde el momento de la concepción, pasando por el embarazo, el parto, los primeros cuidados, etc. Por supuesto, esta relación de apego puede ser muy diferente de unos casos a otros, aunque lo normal es que se trate de un apego de aceptación, de protección y de amor que transmitirá seguridad al bebé. Algunas hormonas como la oxitocina aumentan su nivel durante este proceso, especialmente en la madre, aunque también en el padre, en menor medida. Esta hormona favorece el desarrollo de emociones y sentimientos de protección hacia el bebé, que nace desvalido y necesita de la protección de sus padres para sobrevivir. Durante la época de crianza los padres son más sensibles a las necesidades de la infancia, no sólo con sus hijos, sino en general con cualquier niño.
Así pues esta relación de apego está asociada a los cambios cognitivos, emocionales y del comportamiento que experimentan las madres y los padres ante el nacimiento y crianza de su bebé.
Si se produjese una pérdida durante el embarazo, por aborto espontáneo, la reacción de tristeza sería inevitable aunque la relación de apego no fuese todavía muy fuerte. Pero la reacción de tristeza sería aún mayor, por la pérdida del bebé recién nacido o con unos pocos años de vida.
La pérdida de un hijo de corta edad es una de las pérdidas más importantes que puede sufrir un ser humano. Quizás por ello, en algunas sociedades en las que hay mucha mortalidad infantil, como hasta hace poco en algunas favelas de Brasil hay familias que tardan mucho tiempo en poner nombre o inscribir a los bebés.
A su vez, la relación del bebé con sus padres o cuidadores establece también una relación de apego con éstos, fruto del contacto físico, emocional, verbal, los cuidados, la comunicación, la estimulación cognitiva, etc. En función de cómo sea el trato que recibe, el niño desarrollará un apego de distinto tipo, por ejemplo seguro o inseguro, de aceptación o rechazo, etc.
Así, se sabe que si la madre está deprimida, la relación de apego del hijo puede ser insegura, si no recibe la atención necesaria o los sentimientos que percibe no son positivos. Los hijos de padres deprimidos tienen mayor riesgo de desarrollar depresión.
En los niños adoptados por familias españolas se observa con cierta frecuencia un retraso cognitivo que puede ser fruto del déficit de desarrollo cognitivo en una edad crítica, por problemas de apego y estimulación, antes de la adopción, que resulta muy difícil o imposible de desarrollar posteriormente.
El cerebro humano es muy plástico pues puede desarrollarse de múltiples formas (por ejemplo, está preparado para el aprendizaje temprano de diferentes lenguas) y puede desarrollar sus funciones pese a encontrar fuertes obstáculos (como la extirpación de medio cerebro por tumor, que si es muy temprana el hemisferio superviviente asume funciones que en principio no le correspondían porque las iba a asumir el que se ha extirpado), pero esa plasticidad se va perdiendo con la edad. Hay un momento crítico en el que determinadas funciones del cerebro se pueden y se deben desarrollar por la estimulación y el aprendizaje ambiental. Pero si el aprendizaje es posterior al periodo crítico, se hace más difícil.
Si en ese momento del periodo crítico hay una buena relación de apego y una buena estimulación por parte del ambiente, lo normal es que el cerebro infantil desarrolle o aprenda esas nuevas funciones. Pero transcurrido ese momento crítico, el cerebro pierde su plasticidad y es más difícil desarrollar dichas funciones o que se produzcan ciertos aprendizajes. Las relaciones de apego posterior son vitales para el desarrollo cognitivo y emocional del niño, aunque algunos aprendizajes pueden ser más difíciles si se ha superado el periodo crítico.
Si el niño ha sufrido el abandono o la pérdida de sus progenitores y ha crecido en unas condiciones similares a las de un orfanato, la probabilidad de que haya habido problemas de establecimiento del apego y de desarrollo cognitivo son bastante altas. El apego seguro podría tener el final de su periodo crítico o por lo menos sensible a la edad de un año.
Los bebés con apego inseguro tienden a ser más irritables, agresivos y menos capaces de aprender a medida que crecen. La irritabilidad puede estar muy relacionada con la tristeza, especialmente durante la infancia. En el diagnóstico de la depresión, el primer criterio y más importante, es estar triste; sin embargo, para el diagnóstico de la depresión en los niños y adolescentes el estado de ánimo triste puede ser sustituido por el de irritable.
Si el niño ha desarrollado un apego de tipo inseguro-evitativo tenderá a ser más miedoso. Si ha desarrollado el tipo inseguro resistente ambivalente tenderá a tener más ansiedad. Y si es de tipo inseguro-desorganizado tenderá a ser más hostil y agresivo.
Con cierta frecuencia, la pérdida puede ir más allá de la reacción emocional de tristeza, desencadenando un problema de depresión, como la depresión por desesperanza.
La teoría de la indefensión o desesperanza aprendida pone de manifiesto la importancia de los déficits en el control emocional cuando los sujetos son expuestos a situaciones incontrolables y por lo tanto están indefensos (por ejemplo, afrontar una enfermedad muy grave en un hijo de corta edad, para la que en principio no se conoce el diagnóstico).
Este hecho provoca una respuesta de ansiedad, seguida de depresión, posteriormente la ira también aparece relacionada con este fenómeno. La ansiedad y la ira son las respuestas más frecuentes durante el tiempo que el sujeto no está seguro de la controlabilidad del resultado (por ejemplo no se conoce el diagnóstico, pero se sospecha de enfermedad grave en el hijo menor), dando paso a la depresión cuando el sujeto ve que la situación es incontrolable (se confirma el diagnóstico de enfermedad grave, para la que no existe tratamiento), o cesando si éste piensa que es controlable (existe una probabilidad razonable de curación).
En este mismo sentido, la ansiedad puede surgir a partir de una expectativa de falta de control sobre los resultados futuros, dando lugar a un incremento de la activación y de hipervigilancia en la preparación para próximos acontecimientos; mientras que cuando esta expectativa se hace cierta (esperando por lo tanto resultados negativos), aparece un síndrome mixto de ansiedad/depresión.
Muchas personas que han sufrido una pérdida irreparable llegan a deprimirse probablemente porque desarrollan sentimientos de indefensión aprendida, pues hacen atribuciones de causalidad de tipo interno, estable y global, que les llevan a este estado. Por ejemplo, “mi marido me ha abandonado porque yo no valgo nada”. En este caso, la causa sería interna, pues me ha abandonado por mi culpa; además sería estable, pues “soy” una persona que no vale nada (ahora y siempre); y, por último, global, pues no valdré para nada, para ninguna otra cosa o actividad.
Pero también es posible llegar a la depresión porque se ha desarrollado un sentimiento de falta de control a la adversidad, con atribuciones de causalidad de tipo externo y no controlable (tengo mala suerte, nadie me ayuda, no puedo hacer nada). Por ejemplo se ha sufrido estrés psicosocial, fuertes reacciones de ansiedad y otras emociones negativas, se desarrollan desórdenes de tipo ansioso, no se encuentra solución a los problemas, comienza a desarrollarse el estado de ánimo deprimido, etc. Y si en medio de este proceso de pérdida de bienestar acontece otra pérdida más, por ejemplo una separación, aumentará la probabilidad de desarrollar depresión.
El apoyo social es un excelente recurso para ayudar a superar la tristeza y la depresión; sin embargo, muchas veces, las personas que están tristes y deprimidas se aíslan, no buscan el apoyo social e incluso pueden rechazarlo. Cuando una persona dispone de un fuerte apoyo social está más protegida contra la depresión. Por el contrario, las personas con bajo apoyo social son más vulnerables a este trastorno del estado de ánimo.
No todo el apoyo social es perfectamente funcional y nos es útil para afrontar el estrés psicosocial, como una pérdida significativa. Por ejemplo, ¿cuál de los siguientes tipos de apoyo social es el más funcional?: (1) la persona que nos quiere ayudar nos otorga el papel de víctima, nos recuerda lo mal que lo estamos pasando y nos ofrece su apoyo; (2) nuestro apoyo social minimiza la importancia de lo que nos ha sucedido y no permite que mostremos reacción emocional alguna; (3) nos encontramos con una persona que nos comprende, que nos escucha, que nos ayuda a elaborar el problema, se pone de nuestra parte, nos permite la expresión emocional, la acepta, experimenta empatía con ella, pero no nos permite instalarnos en la depresión y nos exige que tomemos un papel activo de afrontamiento frente al problema.
Obviamente, es mejor apoyo social el último modelo. Los dos primeros no son muy poco funcionales: victimizar aún más a la víctima (otorgándole un papel pasivo y de sufrimiento) o negar el daño y la necesidad de expresión emocional no son buenas estrategias de apoyo social.
Se observa muchas veces que no es bueno que las personas que han sufrido una pérdida irreparable, de la que no se conoce la causa, se hagan una pregunta terrible que no tiene respuesta: ¿por qué? Como, por ejemplo, “¿por qué se suicidó mi hijo?”. En el tratamiento de esta depresión sería bueno intentar eliminar o reducir importancia a esa pregunta, o de lo contrario probablemente no remita la depresión, pues la obsesión por analizar tales causas activará repetidamente la tristeza y la depresión.