Estrés: factor de riesgo
El estrés es un proceso a lo largo del tiempo en el que se organizan y dinamizan los recursos potenciales que tenemos con el fin de poder afrontar las demandas del entorno.
Inicialmente, frente a una nueva situación, dependiendo de la fuerza de ésta y la interpretación del individuo acerca de las consecuencias que le puede acarrear y sus posibilidades de afrontamiento, se activan una serie de recursos que permiten una mejor atención a las demandas de la situación.
Al activarse los recursos necesarios para afrontar esa situación, pueden descuidarse o desactivarse los recursos que estaban dedicados a otros menesteres, que en ese momento son menos urgentes. Por ejemplo, si debemos mantenernos despiertos por el trabajo, activaremos más el sistema nervioso somático y podríamos descuidar los cuidados de regeneración de la piel y el cabello.
Por lo tanto, el estrés tiene aspectos positivos (nos permite sacar adelante empresas para las que es necesario activarse) y también negativos (no podemos estar siempre activados, pues nos agotaríamos, y además temporalmente podrían descuidarse otras funciones por economía de recursos). Los aspectos positivos del estrés cotidiano o vital están más representados en el corto plazo, mientras que los negativos no suelen aparecer hasta el medio y largo plazo. En cambio, en el estrés traumático puede haber consecuencias negativas al poco tiempo de producirse el trauma, aunque se siguen acumulando a lo largo del tiempo.
Las diferencias individuales (genéticas y aprendidas) conducen a procesos de estrés diferentes. La predisposición biológica y el aprendizaje nos hacen diferentes en muchos aspectos que están relacionados con los diversos caminos que puede desarrollar el estrés: estilo valorativo cognitivo (magnificación, minimización de las consecuencias desbordantes y/o de nuestros recursos de afrontamiento), estilo de afrontamiento (activo, pasivo, evitativo; dirigido a la solución del problema, dirigido a reducir la emoción), capacidad de adaptación y resiliencia (flexibilidad-rigidez, resistente, no resistente), personalidad (neuroticismo, introversión, perfeccionismo, rigidez, afabilidad, apertura, etc.), reactividad fisiológica individual (hiperreactividad cardiovascular, por ejemplo), inhibición social (frente a desinhibición o expresión), sensibilidad a la ansiedad (temor a las sensaciones físicas), al miedo (temor muy acusado al riesgo, frente a búsqueda de sensaciones) o al asco (hipersensibilidad del rinencéfalo), información que poseemos sobre el estrés y las emociones, aprendizajes emocionales sufridos por estrés intenso en la infancia, traumas que nos han afectado, etc.
Todos estos factores, que nos hacen diferentes a unos y otros, nos van especializando en la forma de desarrollar las consecuencias positivas y negativas del estrés. De ahí que el estrés pueda adoptar muchas formas y por lo tanto tener muchos tipos de consecuencias. Así, se dice que el estrés es un factor de riesgo inespecífico, por la cantidad de formas de riesgo que podemos encontrar y las dificultades que plantea su estudio.
Sin embargo, a pesar de la gran variedad de afecciones en las que puede estar implicado el estrés, la investigación va destilando resultados cada vez más consolidados sobre el papel del estrés como causa y como factor asociado de diferentes enfermedades físicas y trastornos mentales. Véanse los apartados sobre “Consecuencias del estrés para salud física” y “Consecuencias del estrés para la salud mental”.
En el estudio INTERHEART se concluyó que el estrés y los factores psicosociales suponen un riesgo para sufrir infarto agudo de miocardio atribuible a la población de un 32,5%, que es independiente de los otros ocho factores de riesgo (obesidad, diabetes, colesterol, hipertensión, tabaquismo, sedentarismo, alimentación pobre en verduras y frutas, alcohol). Las diferencias encontradas en este estudio fueron consistentes a través de las regiones, en diferentes grupos étnicos, y en varones y mujeres de 52 países.
Por lo tanto, se deben desarrollar esfuerzos por modificar estos factores psicológicos que afectan a la salud física y a la esperanza de vida. Pues no olvidemos que una de cada tres personas de nuestro entorno morirá por una enfermedad cardiovascular como el infarto de miocardio o el ictus.
Existe una fuerte evidencia en estudios prospectivos sobre el papel etiológico y pronóstico de algunos factores psicosociales derivados del estrés sobre los trastornos coronarios, sobre todo para la ansiedad y la depresión, aunque también para el estrés laboral.
Pero el estrés no es sólo un factor de riesgo para las enfermedades cardiovasculares, sino que los es para muchas otras enfermedades físicas (trastornos psicofisiológicos, condiciones físicas crónicas, enfermedades relacionadas con el sistema inmune), así como para trastornos mentales (trastornos de ansiedad, depresiones, somatizaciones, etc.).
Así, por ejemplo, el estrés está presente en problemas físicos como la hipertensión, la arritmia, las alergias, las contracturas musculares, cefaleas, migrañas, dolores múltiples, algunos problemas dermatológicos, de la fertilidad, etc. Por supuesto el estrés también está muy presente en algunos trastornos mentales como el trastorno de pánico o en el trastorno por estrés postraumático, dos problemas significativos que aumentan en la población tras un evento traumático colectivo que afecta a muchas personas; pero que también están asociados al estrés cotidiano y a las situaciones traumáticas individuales.
El estrés por sí sólo no tendría tanta repercusión si no fuera porque va interaccionando con otros factores de riesgo. Por ejemplo, el estrés no sólo genera hiperactivación fisiológica, sino que a la larga modifica el comportamiento y el estilo de vida hacia el polo menos saludable. Véanse los apartados sobre “Emociones y salud”, “Ansiedad y salud…”, “Ira y salud…”, etc.