La psicología positiva
En las últimas dos décadas ha surgido un movimiento dentro de la psicología que tiende a criticar el que ésta y otras disciplinas se hayan centrado más en los aspectos negativos que positivos del comportamiento, de la actividad humana o de la salud. Así, en el campo de las emociones es un hecho que se ha estudiado más el miedo o la ansiedad, que la felicidad o la satisfacción, a pesar de que ambos tipos de emociones son importantes para la adaptación al medio.
Este movimiento ha supuesto una activación para el estudio de objetivos desde una perspectiva positiva. Por ejemplo, estudiar los factores de protección para la salud y no solo los de riesgo. A veces, puede suponer apenas un cambio terminológico, como pasar de usar la palabra “sedentarismo” a utilizar “práctica regular de actividad y ejercicio físico”. Pero también supone una ampliación de conceptos y objetivos de estudio, como la investigación de la resiliencia, la personalidad resistente, fortalezas del ser humano, la calidad de vida del paciente, el bienestar, la felicidad, etc.
La psicología positiva se ha centrado especialmente en el estudio del bienestar subjetivo y las emociones positivas, lo que ha favorecido un incremento en el uso y desarrollo de conceptos de la psicología positiva en este campo como el de eudaimonía, que resume una evaluación sobre la satisfacción de lo logrado en la vida y la motivación para logros actuales, o fortalezas del ser humano, como son la curiosidad, la persistencia, el interés por el conocimiento, la vitalidad, la bondad, la gratitud, la generosidad, la humildad, la inteligencia emocional, la autorregulación, el humor, el optimismo, la creatividad, etc.
En una revisión de la literatura científica se encontraron diferentes definiciones del afecto positivo como un estado prolongado o estilo placentero de relación con el medio, que genera sentimientos tales como felicidad, alegría, animación, entusiasmo y satisfacción.
La reacción emocional positiva es más temporal e intensa que el afecto y está directamente ligada a una situación cuyas consecuencias son valoradas como propicias para uno mismo o nuestros intereses.
Los afectos positivos forman parte de la satisfacción con la vida y la felicidad, pues están asociados con algunos recursos que correlacionan con felicidad, como son la confianza, el optimismo, la autoeficacia, la sociabilidad, la actividad, la energía, la conducta prosocial, el bienestar físico, el afrontamiento efectivo, la originalidad y la flexibilidad. A su vez, el afecto positivo está asociado con satisfacción vital, percepción más positiva y menor autocrítica.
Desde una concepción constructivista, se entiende que la felicidad se produce no sólo porque los éxitos conseguidos hacen felices a las personas, sino también porque el afecto positivo engendra éxito; pues el afecto positivo conduce a la persona a pensar, sentir y actuar de una manera que promueve la construcción de recursos y la consecución de objetivos.
Las emociones positivas como el interés o la esperanza juegan un papel importante en las conductas de exploración, análisis, manejo de la realidad, lo que permite ir construyendo recursos personales más duraderos y amortiguar el impacto de las emociones negativas.
La valoración cognitiva de la situación puede basarse en el tipo de expectativas que tengamos sobre un determinado escenario y puede generar emociones de distinta valencia: las creencias sobre la posibilidad de ocurrencia de un resultado favorable producen emociones positivas, mientras que los desfavorables desencadenan emociones negativas.
Emociones positivas son aquéllas que producen una experiencia emocional agradable (valencia hedónica positiva), como es el caso de la alegría, una reacción emocional que surge ante un éxito o resultado positivo y nos proporciona una experiencia de satisfacción, bienestar, placer, agrado y plenitud, así como una expresión facial característica y universal (cara alegre, sonrisa, risa abierta, explosión de risa) que es reconocida por los demás y genera aproximación (en lugar de evitación o rechazo, como la ira) pues resulta atractiva.
Las reacciones emocionales nos activan a nivel cognitivo y fisiológico, nos preparan para actuar o nos desactivan y nos predisponen afectivamente, al generar una experiencia consciente de tipo agradable (emociones positivas) o desagradable (emociones negativas). Los pensamientos relacionados con esta actividad cognitiva y las sensaciones corporales producidas por los cambios fisiológicos, que se producen según lo estamos pensando, constituyen la base de la experiencia emocional, más o menos agradable-desagradable y con una intensidad proporcional a la percepción de los cambios somáticos. Esta experiencia consciente la reconocemos como “sentir” miedo, ansiedad, alegría, tristeza, etc.
El tono hedónico, agradable o desagradable, de la experiencia emocional hace que las emociones desempeñen un papel muy importante en nuestra vida. Así, por ejemplo, orientan el sentido de nuestra conducta hacia esa situación (aproximación o alejamiento). Lo que nos lleva a alejarnos de los peligros o acercarnos a alguien que sonríe, está relacionado con la experiencia emocional que provocan el peligro y la sonrisa, respectivamente.
Los grupos sociales como la familia, la nación o un equipo de futbol cultivan valores prosociales en favor del grupo, promueven el desarrollo de experiencias emocionales positivas ante los éxitos del grupo (como la alegría o la euforia ante un resultado favorable al grupo) y emociones negativas ante las amenazas externas (temor, ira, rabia), enseñan a los individuos a desarrollar actitudes y conductas positivas a favor de la pertenencia al grupo (manifestar y experimentar orgullo, luchar por los intereses del grupo) y negativas hacia los rivales o enemigos (mostrar y expresar desprecio, luchar contra ellos).
Así pues las emociones pueden cumplir una serie de funciones para facilitar la cohesión de grupo, la adhesión de los miembros al mismo, su defensa, su identidad como miembro o el establecimiento de vínculos entre los individuos. El hombre es un ser social que necesita adaptarse al medio formando grupos de individuos que comparten objetivos y unen esfuerzos. Algunas emociones pueden facilitar la creación, mantenimiento de los grupos y el establecimiento de lazos entre los individuos.
El apego es la relación de afecto positivo que se establece entre el bebé y sus padres o encargados de cuidarle. El enamoramiento es la base para construir una pareja. Estas emociones o afectos tienden a promover conductas prosociales, de adhesión, expresión de identidad y defensa del grupo.
El orgullo surge cuando conseguimos una meta importante que nos ha costado tiempo, esfuerzo, sacrificio, superación, etc., hasta alcanzarla; y genera una experiencia y expresión de satisfacción. Esta reacción tendería a favorecer el rendimiento y podría ayudar a desarrollar fortalezas como la persistencia o la motivación de logro.
Por otro lado, la gratitud supone la experiencia y expresión de un reconocimiento sincero por algo que se ha recibido, por ejemplo, de aquellas personas que nos han proporcionado amor, interés o apoyo en algún momento, a las que dirigimos nuestro agradecimiento. La expresión de gratitud a los demás tiene el poder de ayudar a mejorar las relaciones interpersonales.
La ternura es una reacción emocional que surge ante una situación en la que observamos a un ser vivo que necesita protección (el ejemplo más claro sería un bebé) y tiende a promovernos la expresión de cariño, la conducta de acercamiento y las acciones que se requieran para atender las necesidades de ese ser.
El interés es provocado por un estímulo novedoso que no suscita temor y alejamiento, sino deseo de conocerlo mejor y aproximación al mismo. Desde que somos bebés, los estímulos que nos provocan miedo suelen acelerar nuestra tasa cardiaca; mientras que los que nos provocan interés, la disminuyen. Además, nos producen cambios en la atención y nos promueven conductas exploratorias. Existe una expresión facial característica de interés, que al parecer es universal. Y está clara la función adaptativa de esta reacción que nos conduce a conocer mejor nuestro entorno y el mundo en general.
Las emociones positivas forman parte esencial del bienestar de los individuos, son más frecuentes en las personas sanas que en las que están enfermas, pero además tienden a favorecer el manejo del estrés, facilitar el rendimiento, la creatividad, las relaciones sociales y una mejora de la salud.
Algunas características de personalidad como el optimismo, la afabilidad (confianza, altruismo, empatía, modestia), la estabilidad emocional (o control emocional, el polo opuesto del neuroticismo) o la personalidad resistente están relacionadas con un mayor nivel de emocionalidad positiva; es decir, con una mayor tendencia a experimentar y expresar emociones positivas.