Emociones y procesos cognitivos
Las emociones producen una serie de cambios sobre los procesos cognitivos superiores (atención, percepción, memoria, toma de decisiones, valoración, juicios, etc.) y por lo tanto sobre el rendimiento, ya sea en contextos académicos o laborales.
Las emociones están íntimamente ligadas con los procesos cognitivos, en una doble dirección: algunos procesos cognitivos (como la valoración cognitiva) dan lugar a reacciones emocionales; a su vez, cuando estamos bajo un estado emocional algunos procesos cognitivos (como la atención) cambian.
Por un lado, existen una serie de procesos cognitivos que pueden desencadenar reacciones emocionales, tales como la valoración cognitiva de la situación (por ejemplo, la valoración cognitiva de una situación como amenaza genera ansiedad, la de pérdida ocasiona tristeza, etc.), algunos tipos de atribuciones causales (dependiendo de cómo hacemos las atribuciones de causalidad, por ejemplo si pensamos que un resultado depende del azar o de nosotros, se pueden generar o no distintas emociones), el tipo de expectativas (creencias sobre la posibilidad de ocurrencia de un resultado: las favorables generan emociones positivas, las desfavorables desencadenan emociones negativas), creencias irracionales (por ejemplo sobre un control perfecto, que en realidad no existe, pero pensamos que debería existir), pensamientos automáticos (por ejemplo, asociaciones automáticas de pensamientos con resultados muy negativos: examen-suspenso), pensamientos deformados ("todo el mundo es malo"), autoinstrucciones o autodiálogo interno ("estás haciendo el ridículo"), autoeficacia percibida ("yo no sirvo para esta tarea"), o metacognición ("si yo me preocupo, aunque sufra, mi hija llegará bien a casa").
Pero por otro lado, toda una serie de procesos cognitivos superiores pueden verse alterados por las emociones; como por ejemplo: memoria (se recuerdan más los acontecimientos tristes cuando estamos tristes), pensamiento (tenemos más pensamientos negativos e incluso catastrofistas cuando estamos ansiosos), categorización (la clasificación y formación de conceptos depende de nuestro estado emocional), valoración cognitiva de estímulos (tendemos a magnificar la importancia de las situaciones emocionales cuando estamos sometidos a una reacción emocional), juicios, toma de decisiones, solución de problemas, etc.
Algunas personas tienden a cometer ciertos errores o sesgos a la hora de procesar la información que conduce a una reacción emocional. Si una persona tiende a procesar la información emocional de manera sesgada tenderá a generar con mayor frecuencia una determinada emoción que las personas que no cometen este tipo de sesgos cognitivos. Por ejemplo, las personas que son muy nerviosas (tienen altas puntuaciones en los cuestionarios de rasgo de ansiedad; es decir, tienden a tener más ansiedad en la mayoría de las situaciones) tienden a tener mayores niveles de sesgo interpretativo (magnificación de la amenaza) y de sesgo atencional centrado en la amenaza (priorizan la información amenazante y le dedican más tiempo) que las personas con bajos niveles de ansiedad.
Esta doble relación entre sesgos cognitivos y emoción se hace aún más fuerte cuando el estado emocional es más intenso. Por ello, si una persona se pone muy nerviosa en una determinada situación, puede llegar a bloquearse a nivel cognitivo. Inversamente, una persona que interpreta una situación de manera excepcionalmente amenazante, sufrirá una ansiedad superlativa.
En el campo de los trastornos emocionales, como los trastornos de ansiedad o los del estado de ánimo (depresiones), dicha relación cognición-emoción se hace aún más estrecha, siguiendo la hipótesis del continuo entre reacciones emocionales normales y patológicas (el surgimiento de la emoción patológica se explica, desde un punto de vista cognitivo, de la misma manera que las emociones normales).
Así, los sesgos cognitivos están muy desarrollados en personas que presentan algún desorden emocional caracterizado por la alta frecuencia e intensidad de un estado emocional determinado. Las personas con trastornos de ansiedad presentan más sesgos cognitivos (de tipo interpretativo y atencional centrado en la amenaza) que las personas sin estos trastornos. Es decir, las personas con trastornos de ansiedad tienden a magnificar la amenaza y a pasar mucho tiempo pensando en ella (rumiación), en mayor medida que las personas sin trastornos de ansiedad.
Algo similar puede ser observado en el caso de otras emociones y desórdenes emocionales. Así, cuando algunas personas sufren una pérdida importante, especialmente las personas propensas a la depresión, tienden a interpretar los hechos negativos en términos de causalidad de tipo interna (la causa depende de mí), global (independiente de las situaciones) y estable (a lo largo del tiempo); por ejemplo, "ha sido por mi culpa, como sucede con todo, desde siempre". Esta tendencia a buscar causas internas, estables y globales a los sucesos negativos hace que el individuo tienda a experimentar tristeza y a deprimirse cuando tales sucesos negativos ocurren, dando lugar a la aparición de una hipótesis explicativa de la depresión ("depresión por desesperanza"), en estos casos, basada en este sesgo cognitivo de tipo atribucional.
Los procesos y sesgos de tipo atribucional pueden explicar el surgimiento de otras reacciones y desórdenes emocionales Que se desarrolle o no una reacción de ira dependerá no sólo de haber cosechado un resultado negativo para nuestros intereses, sino que además dependerá de las atribuciones causales que realicemos (por qué se ha obtenido ese resultado negativo). De manera que las personas que tienden a echar la culpa de los resultados negativos a otras personas, tienden a enfadarse más, a experimentar más estados de ira, lo que está asociado con niveles más altos de presión arterial. Por lo tanto, la ira puede ser entendida como resultado de un determinado procesamiento de la información, en la que encontramos: resultado negativo y atribución de ausencia de control (con atribución de conducta arbitraria al otro).
En cambio la culpa se caracterizaría por: resultado negativo, con atribución de causas controlables y falta de esfuerzo propio. Mientras que en la vergüenza encontraríamos: resultado negativo, con atribución de causas controlables, pero con falta de capacidad.
Estos sesgos cognitivos son mayores en los trastornos emocionales (se cumplen los criterios diagnósticos) que en las reacciones emocionales normales. Con frecuencia, las personas con desórdenes emocionales ven limitada su capacidad cognitiva. Por ejemplo, las personas con trastornos de ansiedad suelen desarrollar problemas de concentración y las personas con depresión pueden llegar a cometer muchos errores en el trabajo.