Estrés psicosocial
En su origen, muchos de los trastornos emocionales, como los trastornos de ansiedad, las depresiones o las somatizaciones, están íntimamente relacionados con factores psicosociales, como por ejemplo, condiciones laborales adversas (estrés laboral), desempleo, divorcio, o falta de apoyo social que provocan reacciones emocionales negativas como la ansiedad, las cuáles junto con el estrés, activan al individuo para afrontar los problemas.
Cuando persisten las condiciones negativas (el estrés psicosocial) durante bastante tiempo, se puede iniciar un proceso en el que pueden aparecer distintos episodios de aprendizaje emocional (cognitivo y asociativo) e intentos fallidos de autorregulación emocional, que podría llegar a generar una disfunción e incluso diversas patologías a lo largo del tiempo.
Si estos factores psicosociales continúan durante mucho tiempo y además su interpretación psicológica no es atendida debidamente (con psicoeducación y aprendizaje de habilidades para manejar el estrés y las emociones), es muy probable que los mismos sigan produciendo elevada sintomatología emocional durante mucho tiempo, lo que supone un riesgo para el desarrollo de desórdenes emocionales crónicos, como los trastornos de ansiedad.
Así, el desempleo es un estresor importante que constituye un factor de riesgo para sufrir problemas de salud física y mental. En España, los desempleados tienen una probabilidad 2,2 veces mayor de tener algún trastorno de ansiedad (Odds Ratio OR=2,2), un trastorno depresivo (OR=2,2), o un trastorno por consumo de sustancias (OR=1,8), en los últimos 12 meses, que las personas con empleo.
El estrés crónico tiende a favorecer la aparición de reacciones de ansiedad cada vez más intensas y frecuentes, que pueden llegar a constituir reacciones de pánico subclínico e incluso ataques de pánico, que están en la base de varios trastornos de ansiedad, especialmente el trastorno de pánico. Si no se trata a tiempo y de manera eficaz este desorden, el individuo suele comenzar a evitar aquellas situaciones que teme le pongan ansioso y puedan desencadenar nuevos ataques de pánico, lo que viene a desencadenar un nuevo trastorno, la agorafobia. Las personas con este cuadro clínico consumen en su mayoría psicofármacos, desde hace años, sin que remita el problema; en cambio, las técnicas psicológicas basadas en la evidencia científica son capaces de revertir este proceso.
El tratamiento farmacológico de los factores psicosociales que persisten en el tiempo no es lo más aconsejable, pues suele una evolución negativa hacia la cronicidad de los problemas. Recordemos que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo ha desaconsejado en el caso de ciertos tipos de estrés, como el traumático o el duelo por la pérdida de un ser querido.
En este sentido, la OMS aboga por que los trastornos mentales sean atendidos inicialmente en Atención Primaria (WHO, 2008), pero marca directrices a los gobiernos para que aumenten la información, la educación para la salud, el ejercicio físico y el cambio de estilo de vida, especialmente en tiempos de crisis económica, o en el caso de la mujer, que se ve más afectada por los DE (son más vulnerables, están aumentando los problemas psicológicos y enfermedades laborales entre las mujeres con su incorporación al mundo laboral, presentan mayor consumo de psicofármacos), como estrategia de prevención de trastornos físicos y mentales que están muy relacionados con factores psicosociales y económicos, con el fin de evitar una excesiva medicalización de la salud.
En España, el 28,5% de personas divorciadas y viudas han consumido psicofármacos en los últimos 12 meses, frente al 16% de las personas que no han perdido a su pareja. A su vez, el 22,3% de españoles desempleados consumía este tipo de psicofármacos en el año 2004 (con un nivel de desempleo tres veces inferior al del año 2013), frente al 11,3% de los que estaban empleados; lo que significa que el desempleo es un factor psicosocial que multiplicaba por 2,2 la probabilidad de consumir psicofármacos. A su vez, el grupo de personas previamente casadas y ahora separadas presenta una mayor probabilidad de sufrir un trastorno de ansiedad en el último año (7,1%) que las personas que continúan con su pareja (5%).
Frente al tratamiento farmacológico como única opción, una intervención temprana de tipo psicológico, con técnicas basadas en la evidencia científica, una intervención preventiva de tipo psicoeducativa, o incluso una intervención psicológica tras años de consumo de psicofármacos, en las que se enseña a las personas a manejar sus emociones, pueden ser más eficaces y eficientes que el tratamiento tradicional de tipo farmacológico que se suele dispensar en Atención Primaria.
Las personas que no tienen un diagnóstico de trastorno mental, pero sufren estrés psicosocial por diversas condiciones, comienzan el proceso sufriendo problemas de malestar psicológico, insomnio y somatizaciones, lo que puede conducir al consumo de psicofármacos, con el fin de aliviar los síntomas, pero no esto no resuelve los problemas psicosociales que están asociados con el estrés, los cuales seguirían actuando sobre el individuo para producir más síntomas, lo que a su vez haría aumentar el consumo de psicofármacos.
Así, el consumo de tranquilizantes aumentó a razón de un 7% anual en dosis definidas diarias por mil habitantes y día (DDD) entre los años 1995-2002 y un 3,1% en el periodo 2003-2010. A su vez, el consumo de antidepresivos, que también se usan para tratar los síntomas del estrés psicosocial, ha aumentado un 117%, una media anual del 11,7%, en DDD durante el periodo 2000-2010.
A su vez, los primeros síntomas de estrés (insomnio, falta de concentración, de memoria, dolor de cabeza y otras somatizaciones) están aumentando en nuestra sociedad. Así se desprende de la comparación de los datos de la población laboral en la V Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en el Trabajo de 2.003 (Ministerio de Trabajo) con los datos de la encuesta anterior, a las mismas cuestiones, en 1.999, cuatro años antes, con un aumento de todos los síntomas evaluados que están asociados con el estrés, o un incremento en el número de visitas al médico por problemas relacionados con el trabajo.
Esta tendencia sigue su curso. Así, en 2008, en las consultas de Atención Primaria, el grupo de personas con síntomas emocionales y trastornos mentales alcanzó una prevalencia del 49,2% de los pacientes que acudieron a su médico de cabecera, medido con pruebas de cribado. A su vez, el 30,2%, presentó un trastorno mental en los últimos 12 meses de acuerdo con los resultados de una entrevista diagnóstica aplicada en el periodo 2005-2006.
E incluso la tendencia alcista se ha acelerado en los últimos años con la crisis económica. Por ejemplo, en un estudio publicado en 2012 encontramos que durante el periodo 2006-2010, en las consultas de Atención Primaria de España, se ha incrementado la prevalencia de los desórdenes emocionales, como por ejemplo: (1) un incremento ajustado del 19,4% en el caso del trastorno depresivo mayor, pasando desde un 28,9% de prevalencia en 2006 hasta un 47,5% en 2010; (2) un 8,4% de incremento ajustado para el trastorno de ansiedad generaliza, pasando de una prevalencia del 11,7% hasta el 19,7%, en el mismo periodo de tiempo; (3) o un incremento ajustado del 7,3% para los trastornos somatomorfos (somatizaciones).
El estudio del impacto de la crisis económica sobre las estadísticas de salud muestra que en las anteriores crisis económicas, un incremento superior a un 3% en el desempleo en la UE tuvo un notable efecto sobre la salud mental, como se refleja en los datos siguientes: (1) un aumento del número de suicidios en menores de 65 años del 4,45%; y (2) un incremento en el número de muertes por el consumo de alcohol del 28,0%. Este impacto lógicamente es menor en los países en los que existe una mejor cobertura social de desempleo y un mayor apoyo social familiar.