Manejo de las emociones positivas
El estudio científico de las emociones, la autorregulación emocional, la inteligencia emocional o las técnicas cognitivo-conductuales para el tratamiento de los desórdenes emocionales ha permitido que se deriven una serie de conocimientos prácticos que pueden ser aplicados mediante entrenamiento individual o en grupo para la mejora de la capacidad de manejo que las personas tienen de sus emociones en su vida cotidiana, así como en la terapia de los desórdenes emocionales.
Este entrenamiento consiste en un aprendizaje que no sólo tiene que ver con la capacidad de disminuir el estrés o las emociones negativas, sino que también implica la habilidad de promocionar deliberadamente la emocionalidad positiva, aumentando la frecuencia de experiencias emocionales positivas. Ambas aproximaciones no tienen por qué ser excluyentes.
A su vez, el entrenamiento se puede abordar desde distintos enfoques, incluyendo: (1) el aprendizaje emocional, (2) la autorregulación emocional, (3) la inteligencia emocional, (4) la psicología positiva o (5) la psicología clínica.
1. Aprendizaje emocional
El ser humano tiene una capacidad universal para desarrollar distintos tipos de aprendizaje emocional. Por ejemplo, aprendizaje o condicionamiento asociativo a estímulos relevantes o incondicionados, como por ejemplo alimentos que nos hacen daño, situaciones traumáticas, la sangre, etc., que ponen en movimiento reacciones emocionales de asco, de miedo, vasovagales u otras emociones básicas. Por este procedimiento, estímulos que anteriormente no provocaban reacción emocional (estímulos neutros), llegan a adquirir la propiedad de elicitar o disparar dicha reacción. Lo hacen por asociación; es decir, adquieren esta nueva propiedad para provocar la reacción porque estuvieron asociados con un estímulo incondicionado que tenía ya esta propiedad.
Además, se pueden condicionar mediante procedimientos de condicionamiento operante las respuestas observables o conductas abiertas del individuo, lo que permite modificar su frecuencia de emisión, manipulando las consecuencias (refuerzos, castigos) que siguen a dicho comportamiento. Las respuestas expresivas que son reforzadas (estímulo agradable) aumentan la probabilidad de repetición, mientras que las respuestas o conductas que son castigadas (se asocia una consecuencia aversiva) tienden a disminuir su frecuencia.
Por otro lado, poseemos una capacidad de aprendizaje cognitivo, caracterizado por la forma de interpretar y procesar la realidad, en la que cabe la posibilidad de introducir sesgos cognitivos (atención, interpretación, memoria, atribuciones causales, etc.) que generan y potencian reacciones emocionales de alerta (ansiedad), pérdida (tristeza), ira, culpa, vergüenza, asco, etc. Por ejemplo, podemos interpretar una situación inicialmente poco emocional (sudar en una situación social) con una valoración cognitiva (amenaza: los demás van a evaluarme negativamente), darle cada vez más importancia (anticipación de situaciones sociales en las que puede suceder), prestarle mucha atención casi todo el tiempo (sesgo atencional), magnificar todo lo que está sucediendo (cada vez sudo más, me pongo más nervioso y es más probable que me rechacen), etc. Con todo ello, estaremos desarrollando cada vez más ansiedad ante situaciones sociales, pudiendo llegar a la fobia social (temor significativo a las situaciones sociales), e incluso con ataques de pánico (temor intenso a las sensaciones de activación física). También existen sesgos cognitivos que pueden ayudar a explicar y manejar las emociones positivas.
2. Autorregulación emocional
El estudio científico de la regulación emocional (Gross, 1998) se centra en aquellos “procesos externos e internos responsables de autoobservar, evaluar y modificar nuestras reacciones emocionales para cumplir nuestras metas” (Thompson, 1994, p. 27-28). Gross (1998) estudió dos procedimientos de regulación emocional: (1) la reevaluación cognitiva de estímulos antecedentes; y (2) la supresión de la expresión voluntaria de la emoción. Encontró que ambos producían una disminución de la experiencia emocional, frente al grupo control (que no utilizaba ninguno de los dos métodos); sin embargo, el segundo método provocaba un aumento de la activación fisiológica.
La autorregulación emocional es la capacidad de controlar o manejar nuestras reacciones emocionales, sentimientos e impulsos, a través del trabajo combinado de las áreas o centros emocionales y los ejecutivos situados en la región prefrontal. Ambas tipos de habilidades cognitivo-emocionales son muy importantes para el autocontrol de los impulsos, la capacidad de hacer frente a los contratiempos, el establecimiento de objetivos, la ejecución adecuada de tareas, la motivación, el rendimiento, así como para alcanzar el bienestar.
Estos procesos de autorregulación nos permiten modificar un estado emocional o volver a nuestro estado de ánimo previo y están involucrados en la aparición y mantenimiento de diferentes trastornos mentales y físicos, en los que se encuentran fallos en la regulación.
Existen una serie de estrategias de autorregulación emocional desadaptativo, como son la evitación, la supresión, o la represión emocional, pues producen un incremento paradójico de algunas respuestas emocionales (por ejemplo de pensamientos intrusos o de respuestas fisiológicas), mientras que otras estrategias de regulación emocional son adaptativas, como la revaloración cognitiva, el distanciamiento emocional, la regulación de la atención, etc., pues producen una disminución generalizada de todas las respuestas, en los tres sistemas de respuesta (cognitivo-subjetivo, fisiológico y motor-expresivo).
Así, los intentos por suprimir pensamientos intrusos producen un aumento de su frecuencia. Cuando se reprime la expresión emocional se suelen disparar algunas respuestas fisiológicas, como las respuestas electrodermales o la tasa cardiaca. Mientras que la revaloración cognitiva de una amenaza tiende a producir un descenso de las respuestas de ansiedad en los tres sistemas de respuesta.
3. La inteligencia emocional
Como es sabido, el concepto inteligencia emocional se hace popular en todo el mundo cuando Daniel Goleman, un periodista dedicado a la divulgación, publica su libro “Inteligencia Emocional” en el año 1995 y se convierte en “best seller”, logrando diseminar el concepto por todo el mundo.
Se basó en diversos artículos sobre investigaciones publicadas a principios de los años 90 (siglo XX) por autores que estudian el tema con una metodología científica, como por ejemplo John D. Mayer, Peter Salovey y David R. Caruso. Este concepto nace en el año 1990 (Salovey & Mayer, 1990) y, desde entonces, han sido numerosos los modelos teóricos y estudios empíricos que han tratado de desarrollar y validar instrumentos de medición precisos acorde con su modelo teórico.
La investigación sobre inteligencia emocional ha adoptado una perspectiva evolucionista y funcionalista en el estudio de las emociones y ha recogido las aportaciones de varias áreas de la psicología que durante mucho tiempo han permanecido poco conectadas: la psicología experimental de los procesos cognitivos y emocionales (líneas separadas que se funden e inician esta nueva línea de investigación a partir de los años 60, pero comienza a desarrollarse en los 80) y la psicología de las diferencias individuales, especialmente la psicología de la personalidad, sobre todo los aspecto de ésta centrados en la motivación, emoción, cognición y conciencia.
Desde este enfoque, las emociones son consideradas como mecanismos indispensables para la supervivencia del individuo, pues representan una fuente de información útil acerca del medio (tipo de situación, consecuencias, relevancia, etc.), así como de las relaciones que se establecen entre el individuo y su medio (reacción emocional a determinadas situaciones). La información del medio es interpretada y elaborada por los procesos cognitivos, lo que produce tendencia a la acción, activación fisiológica adaptada al contexto y experiencia emocional (que resume en intensidad y valencia el contacto con el medio), que es registrada en la memoria.
La inteligencia emocional es considerada como una inteligencia genuina que recoge la habilidad para utilizar de forma adecuada dicha información, tanto de nuestras emociones como de las emociones ajenas, y que favorecerá nuestra adaptación social y emocional.
En este sentido, la inteligencia emocional ha supuesto un nuevo abordaje científico para examinar la capacidad para procesar la información emocional.
El modelo de inteligencia emocional de Mayer y Salovey (1997) conceptualiza ésta como un conjunto de habilidades emocionales utilizadas de forma adaptativa para mejorar los procesos cognitivos, haciendo énfasis en la necesidad de realizar un procesamiento emocional de la información. Así, estos autores definen la inteligencia emocional como una habilidad mental que incluye “la capacidad para percibir, valorar y expresar las emociones con exactitud; la capacidad para acceder y generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la capacidad para entender la emoción y el conocimiento emocional; y la capacidad para regular las emociones y promover el crecimiento emocional e intelectual” (Mayer & Salovey, 1997).
De acuerdo con este planteamiento teórico, se han desarrollado diversas medidas de ejecución siendo la más actual el Mayer Salovey Caruso Emotional Intelligence Test (MSCEIT), del que existe adaptación española, en la que se pide a la persona que solucione determinadas tareas y problemas emocionales. Las respuestas correctas están predeterminadas siguiendo un criterio experto o consenso, que evalúa las cuatros habilidades emocionales básicas: percepción, facilitación, comprensión y regulación emocional.
La percepción se considera la habilidad más básica del modelo de inteligencia emocional de Mayer y Salovey (1997), a partir de la cual las personas comienzan a procesar la información para posteriormente llevar a cabo procesos más complejos de comprensión y regulación emocional.
Véase una descripción del programa INTEMO de entrenamiento en inteligencia emocional, basado en este modelo, en el documento “La educación emocional y social en España”.
Véase también el artículo “Inteligencia emocional en adolescentes”.
El primer paso para desarrollar las habilidades de IE es ampliar la conciencia de nuestros propios sentimientos. Esto implica aprender a leer nuestras emociones. Reconocer nuestros estados emocionales es el primer paso para predecir nuestras acciones y nuestros pensamientos. Una de las tareas para trabajar en el aula esta destreza es realizar un diario emocional. Para esto, se distribuye a los alumnos por parejas dentro de cada clase. Cada pareja debe observarse mutuamente durante toda una semana en diferentes lugares (recreo, en clase, a la salida,...). Cada alumno tiene su hoja de registro para poder realizar las anotaciones. En ella escribirá cómo cree que se siente cada día su compañero y él mismo y por qué cree que se han sentido así. Otra tarea es presentarle a los alumnos fotografías de personas que se encuentran interactuando. Los alumnos deben averiguar qué emoción están sintiendo cada uno de los personajes de la fotografía. También se pueden utilizar situaciones de la vida real o escenas de películas, preguntando sobre qué sienten los personajes, a juzgar por su expresión.
Esta habilidad se refiere a los eventos emocionales que ayudan al procesamiento intelectual, es decir, a cómo las emociones actúan sobre nuestro pensamiento y nuestra forma de procesar la información.
Para trabajar esta habilidad podemos proponerles a los alumnos el siguiente ejercicio. En un primer momento, para conocer el estado emocional de cada uno, los alumnos se situaran en un "termómetro emocional" en función de cómo sean sus emociones en ese momento. Después realizarán una tarea de creatividad. A continuación, intentaremos que los alumnos, compartiendo sus experiencias con todo el grupo piensen sobre la influencia diaria de las emociones sobre su pensamiento. Es importante comprender que diferentes estados emocionales van a favorecer la realización de diferentes tareas. En esta actividad, será importante señalar a los alumnos cómo, por ejemplo, la alegría va a facilitarnos la realización de tareas donde es necesaria la creatividad, aportar soluciones innovadoras y pensar de una manera más flexible. En cambio, el miedo o la ansiedad van a focalizar nuestro campo atencional (e.g., en el estímulo o la persona amenazante).
Esta habilidad hace referencia a la capacidad para comprender emociones y utilizar el conocimiento emocional.
Para trabajar esta habilidad podemos emplear el "dominó emocional". En cada ficha de este dominó aparece el nombre de dos estados emocionales diferentes. Cada jugador deberá unir aquellas fichas que se refieren a una misma emoción. De este modo, aprenderán diferentes etiquetas emocionales así como la relación que existe entre las diferentes emociones (ver Figura 15).
Si nuestro propósito es comprender los sentimientos de los demás, entonces debemos empezar por comprendernos a nosotros mismos. Debemos conocer cuáles son nuestras necesidades y deseos, qué personas o situaciones nos causan determinados sentimientos, qué pensamientos generan esas emociones, cómo nos afectan y qué reacciones nos provocan. A través del role-playing (juego de roles) podemos representar en clase diferentes situaciones de su vida cotidiana (e.g., conflictos familiares o en su grupo de amigos). Tras la representación de estas situaciones abrimos el diálogo a través de preguntas del tipo ¿cómo crees que se sienten las personas representadas?, ¿cómo lo sabes?, ¿qué hacen?, ¿por qué crees que se sienten así?
La última rama del modelo hace referencia al proceso emocional de mayor complejidad. Supone la habilidad para manejar nuestra propia reacción emocional ante situaciones intensas, ya sean positivas o negativas, y utilizar la información que nos proporcionan las emociones en función de su utilidad sin reprimir o exagerar la información que conllevan. En clase, surgen muchas situaciones donde podemos trabajar la capacidad de manejo o regulación emocional (e.g., nerviosismo ante un examen o miedo a hablar en público). Con todo, podemos proponer la siguiente actividad.
En clase, dividimos a los alumnos en grupos de trabajo. Todos deberán realizar la tarea que propongamos, por ejemplo, componer un poema. En cada grupo habrá una persona que deberá generar emociones determinadas en su equipo mientras realizan la tarea. De este modo, el alumno tendrá que poner en marcha todas sus destrezas emocionales para manejar las emociones de sus compañeros y tener en cuenta de qué manera va a influirles las diferentes emociones en la realización de la tarea propuesta.
Los primeros resultados de este estudio mostraron que los adolescentes con más inteligencia emocional consumen menos drogas tanto legales como ilegales. En concreto, los estudiantes de entre 13 y 16 años con más inteligencia emocional consumen significativamente menos tabaco, alcohol, tranquilizantes y cannabis.
En otros estudios también se ha comprobado que este programa de mejora de la inteligencia emocional es eficaz no sólo para mejorar ésta sino también porque mejora el ajuste psicológico, las relaciones sociales y la empatía, mientras que reduce las conductas disruptivas y violentas.
4. La psicología positiva
Las intervenciones clínicas basadas en la psicología positiva están ya apareciendo en la literatura científica. Así, es evidente que se están acumulando datos de los numerosos estudios sobre bienestar subjetivo que nos pueden ayudar a un mejor manejo de las emociones y al desarrollo del bienestar. Aunque no debe pensarse que la búsqueda de la felicidad no tiene límites, pues sí los tiene. Por ejemplo, está muy relacionada con variables genéticas y de personalidad, que son difíciles de manipular. Además, también se produce habituación a las emociones positivas y es erróneo basar la felicidad en la acumulación de sucesos positivos e interpretaciones positivas sesgadas de cualquier evento vital. Aparte de que necesitamos las emociones negativas para sobrevivir.
Véase el artículo “Intervenciones clínicas basadas en la psicología positiva: fundamentos y aplicaciones”
5. La psicología clínica
En la psicología clínica, desde hace unos años hay una línea de investigación que se centra en el abordaje de los diferentes desórdenes emocionales (principalmente trastornos de ansiedad, del estado de ánimo, adapativos, somatizaciones) desde un nuevo enfoque: el transdiagnóstico.
Así, el enfoque transdiagnóstico de la ansiedad resalta que existen escasas diferencias en la respuesta al tratamiento cognitivo-conductual estándar por parte de los diferentes trastornos de ansiedad (pánico, fobia social, trastorno de ansiedad generalizada). Además, también subraya una alta comorbilidad entre estos trastornos, mayor de la que cabría esperar, así como la reducción de estos trastornos comórbidos al tratar sólo el trastorno principal. Por todo ello, los distintos modelos que han surgido dentro de este enfoque concluyen que hay más similitud que diferencias entre los distintos trastornos de ansiedad, y que deberían buscarse tratamientos equivalentes para todos los desórdenes.
En este contexto, los procedimientos de autorregulación emocional encuentran una nueva aplicación que va más allá de los intentos por manejar en la vida cotidiana las emociones negativas y promover las positivas, sino que podría ir directamente al tratamiento de los desórdenes emocionales, desde el supuesto básico de que estos trastornos surgen por problemas de la autorregulación emocional, que debería volver a ser restaurada mediante un entrenamiento relativamente transdiagnóstico, basado en los principios que regulan las relaciones entre cognición y emoción o entre emoción y conducta.
Desde hace sólo unos años, varios grupos de investigación están desarrollando diferentes protocolos dirigidos a tratar múltiples trastornos de ansiedad (sobre todo, pánico, agorafobia, fobia social y trastorno de ansiedad generalizada; con menor frecuencia, trastorno obsesivo-compulsivo y trastorno por estrés postraumático).
Estos protocolos transdiagnósticos de tratamiento incluyen elementos comunes a los distintos trastornos de ansiedad (Bados López, 2009), como son:
(1) la información y educación sobre el papel de las emociones (psicoeducación);
(2) el incremento de la motivación para tomar un papel activo en el tratamiento (buscar información, leer, practicar ejercicios, tareas para casa, etc.);
(3) el entrenamiento en observación, clarificación y control emocional (autorregulación emocional);
(3) el entrenamiento en ejercicios de relajación;
(4) la reestructuración cognitiva o entrenamiento en autoobservación y modificación de contenidos y procesos cognitivos;
(4) la exposición, en sus distintas formas, pero especialmente ”en vivo”; y
(5) la prevención de recaídas. Además, añaden otros elementos específicos para algunos trastornos, como la exposición interoceptiva para el pánico o el entrenamiento en asertividad para la fobia social. Véase la Tabla siguiente en la que se describe un protocolo de este tipo (Barlow et al., 2011).
Tabla. Protocolo Unificado para el Tratamiento Transdiagnóstico de los Trastornos Emocionales (Barlow et al., 2011). Incluye 8 módulos:
(1) aumento de la motivación y el compromiso con el tratamiento; (2) comprensión de las emociones, reconocimiento y observación de las respuestas emocionales; (3) entrenamiento en conciencia emocional, el aprendizaje para observar experiencias; (4) valoración cognitiva y revaloración; (5) evitación de la emoción y comportamiento impulsado por la emoción; (6) conciencia y tolerancia de las sensaciones físicas; (7) exposiciones emocionales interoceptivas y situacionales; y (8) logros, mantenimiento y prevención de recaídas. |
Se han publicado ya varios meta-análisis que demuestran que el tamaño del efecto conseguido por estos protocolos transdiagnósticos es alto y superior al de los grupos control. La parte que incluye entrenamiento en autorregulación emocional se incluye normalmente en el entrenamiento en reestructuración cognitiva, que suele implicar el aprendizaje de las capacidades de autoobservación y modificación de contenidos y procesos cognitivos.
Véase el apartado de esta Web “Técnicas cognitivas”: desde Inicio, ir a “Técnicas de tratamiento eficaces” / “Psicológicas”.
Este entrenamiento en el de las emociones positivas, independientemente del enfoque (aprendizaje emocional, la autorregulación emocional, inteligencia emocional, psicología positiva o psicología clínica) supone un aprendizaje de aspectos teóricos y prácticos cuya dificultad se puede modular para adaptarla a las personas que estén siendo entrenadas. Pero en todos los casos no debe limitarse exclusivamente a la adquisición de información, sino que ésta ha de ponerse en práctica en las actividades de la vida cotidiana y ha de ser supervisada por un buen experto, si se quieren adquirir habilidades que en sí son complejas, como acabamos de ver.
Véanse los vídeos de las II Jornadas Emociones y Bienestar de la sesión “Emociones positivas e inteligencia emocional”
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Inteligencia emocional y relaciones sociales positivas. Pablo Fernández Berrocal
Descargar grabación en WMV (81,9 mb). 10 min.
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Inteligencia emocional resiliencia. Joaquín Limonero
Descargar grabación en WMV (215 mb). 20 min.
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Inteligencia emocional y bienestar físico, social y psicológico. Natalio Extremera
Descargar grabación en WMV (164 mb). 17 min.
Referencias
Barlow, D. H., Farchione, T., J., Fairholme, C. P., Ellard, K. K., Boisseau, C. L., Allen, L. B., et al. (2011). Unified Protocol for Transdiagnostic Treatment of Emotional Disorders. Therapist Guide. New York: Oxford University Press.
Gross, J. J. (1998). Antecedent- and response-focused emotion regulation: divergent consequences for experience, expression, and physiology. Journal of Personality and Social Psychology, 74, 224-237.
Mayer, J., & Salovey, P. (1997). What is emotional intelligence? En P. Salovey y D. Sluyter (Eds.), Emotional Development and Emotional Intelligence: Implications for Educators (3-31). New York: Basic Books.